“¡Bienvenido al futuro!”, me saluda la aplicación de Pebble de mi teléfono inteligente, apenas segundos después de que extraigo el reloj monocromático y plástico del paquete biodegradable en el que viene envuelto.
¿Realmente?, me pregunto. No sé ustedes, pero yo siempre imaginé que si algún día tenía un reloj inteligente éste sería multicolor, luminoso, de líneas elegantes, sofisticado a la vez que inusual, casi una declaración de principios del diseño moderno.
De ninguna manera hubiera elegido tener montado en mi muñeca este pedazo de plástico tosco, grande, de 3 centímetros de altura y con una pantalla que no es táctil y sólo muestra información en gamas de gris.
El Pebble, al fin de cuentas, se ve tan futurista como un dispositivo Palm Pilot circa 1999. Aunque se ha vuelto un compañero de viaje sin el cual ya no me imagino el futuro, como ocurrirá probablemente con otras tecnologías para vestir (conocidas como wearables, en inglés).
El menos malo
Y eso que este reloj tiene sus ventajas por encima de los de la competencia.
Por ejemplo, los creadores del Pebble han tomado la decisión atinada de ponerle una pantalla de bajo consumo de energía, lo que ayuda a prolongar la vida de su batería y le permite funcionar sin necesidad de recarga por dos o tres días, incluso una semana.
También se han concentrado en la función principal para un usuario como yo: la de presentarme las notificaciones de lo que ocurre en mi teléfono, que ahora permanece en el bolsillo de mis pantalones sin necesidad de que haya que mirarlo a cada rato.
Y con un precio de unos US$200, relativamente barato para una tecnología de punta, se le pueden perdonar algunos de sus problemas.
Con cámara propia
No puede decirse lo mismo de sus rivales. El reloj inteligente de Samsung, el Gear, ciertamente tiene un estilo más ostentoso, con un precio de US$300.
Es definitivamente más atractivo en términos de diseño e impresiona con su pantalla de colores bien definidos. Pero luego te avisará que llegó un correo que sólo podrás leer si tienes uno de los tres teléfonos de alta gama que son compatibles con el reloj.
¿Quiere jugar un rato a ser el Inspector Gadget?
Con la cámara del Gear puede hacerlo: sacando fotos y grabando videos cortos, de menos de 2 megapíxeles, o haciendo llamados telefónicos directamente desde su muñeca. Dos cosas que probablemente ningún usuario de estos nuevos relojes hará con frecuencia.
Todo esto es posible a expensas de la batería, que requiere recargas constantes y obliga a quitarse el reloj para colocarlo en una base.
Adelantados a su tiempo
A simple vista, el problema con los dispositivos “para vestir”, y con los relojes inteligentes en particular, es que la tecnología no está lo suficientemente madura para sostener las ambiciones de los usuarios.
La resolución de pantalla puede haber mejorado, los procesadores pueden ser más eficientes y los sensores se han miniaturizado, pero todavía resulta un desafío técnico comprimir todo en la superficie del reloj y mantenerlo andando por un período razonable.
En un sentido más profundo, sin embargo, algunos de los intentos fallidos con relojes inteligentes hasta la fecha son un síntoma de las dinámicas de fondo que operan en el universo tecnológico.
Ésta es una industria desesperada por vendernos “la nueva maravilla indispensable”, lo último de lo último. Y ve en nuestras muñecas, ojos y otras partes de nuestros cuerpos -¿anillos inteligentes para mi dedo anular, por ejemplo?- tierra fértil para colocar su próxima creación, ahora que los teléfonos inteligentes están maduros y las tabletas se han vuelto ubicuas.
Fuerzas poderosas
También hay fuerzas culturales, impulsadas por la ingeniería, con las que hay que competir.
Con frecuencia, a los tecnólogos se les permiten los excesos: atiborrarse de dispositivos que hacen “lo mismo, pero diferente”.
Así, productos a medio cocinar ven la luz y se propagan en el mercado con la fuerza del marketing, que los presenta como facilitadores de un cambio radical del estilo de vida en modos nunca antes imaginados por nosotros, los usuarios.
Si viviéramos en una cultura que priorizara el diseño y la funcionalidad por sobre el marketing, el usuario debería ser el punto de partida de una creación, no el objetivo último.
Pero este principio es con frecuencia ignorado por la industria tecnológica.
Sólo si es cómodo
Usar la tecnología en el cuerpo es una declaración de principios y trasciende el concepto de la moda.
Robert Brunner, fundador del laboratorio de diseño Ammunition Group –creador, entre otros objetos, de los populares auriculares Beats by Dre-, señala que los dispositivos que uno usa señalan la tribu a la que se pertenece, o a la que se aspira a pertenecer.
“Pero a menos que la gente esté cómoda usándolo o esté motivado a usarlo por alguna razón, este tipo de tecnologías no irá a ninguna parte”, me dijo Brunner.
“Los auriculares con Bluetooth quedaron asociados a los vendedores telefónicos y a los operadores de servicio telefónico al cliente, lo que puso un límite a las posibilidades del producto”, ejemplifica el diseñador.
Si la muñeca plantea un desafío sutil en términos de comodidad de uso, pedirle a un individuo que no utiliza gafas que se coloque un objeto que cambiará radicalmente su apariencia en la parte más visible del cuerpo, el rostro, es una apuesta mayor. Especialmente si no hay una razón de peso para que utilice los anteojos, por muy inteligentes que sean.
Ambiciones limitadas
Las pulseras Fuelband, de Nike, así como la Jawbone Up, Fitbit Force y otros dispositivos de muñeca (más básicos que los relojes, por cierto) proveen información útil sobre ejercicios, sueño y otras variables de salud.
“El problema de los relojes inteligentes es dilucidar para qué son buenos. Cuando tratas de hacer todo, terminas no haciendo nada bien” – James Park, cofundador de Fitbit
El cofundador de Fitbit, James Parks, me dice que la compañía puede explicar el éxito de su producto por el foco: por haberse concentrado en una única necesidad del usuario a la que puede responder con eficacia.
“El problema de los relojes inteligentes es dilucidar para qué son buenos”, señala el ejecutivo. “Cuando tratas de hacer todo, terminas no haciendo nada bien”.
Entonces, ¿qué podrá cumplir la industria durante 2014?
Por empezar, necesita resolver cuestiones técnicas fundamentales, como una mayor vida de batería combinada con pantallas menos ávidas de energía.
Algunas mejoras son tentadoras pero quedan todavía fuera de alcance: la recarga inalámbrica, por ejemplo, que ya ha sido integrada al diseño de un reloj inteligente de la firma Agent y es una idea novedosa para mejorar el tema de la energía. Pero, para que funcione, hace falta que las superficies de recarga se multipliquen a nuestro alrededor.
Otras, como las pantallas flexibles, resultan todavía demasiado caras.
Objeto de deseo
Pero, sobre todo, estos dispositivos necesitan ser deseables: de buen aspecto, elegantes, de diseño novedoso y muy, muy útiles si pretenden que reemplacemos nuestros relojes de siempre por una versión techie.
Los relojes inteligentes tienen sus méritos, en principio. Algunos pueden incluso mejorar significativamente con unas actualizaciones de software decentes.
Con diseño inteligente y foco en la usabilidad, podrían salvarnos de tener que andar sacando del bolso o el bolsillo –y desbloqueando a cada rato- nuestros teléfonos inteligentes y permitirnos tener pequeños volúmenes de información de un modo inmediato.
Son días de “Wearables v1.1”, la primera generación de estas tecnologías para vestir, creadas por una industria que experimenta, repite y aprende a medida que avanza.
Y está bien. Los usuarios que se consideran pioneros en la adopción de nuevas tecnologías conocen las reglas de juego.
En algunos años llegaremos a donde queremos. Pero todavía no estamos allí.
Por eso no tiene sentido intentar convencernos de que sí, o de que estamos cerca. No lo estamos. Pero es interesante disfrutar del viaje hacia el futuro, reloj en mano.