Amamos a otras personas, nos enamoramos de lugares, incluso de objetos, pero ¿qué tanto nos amamos a nosotros mismos? Para algunos es raro pensar en esa idea: “enamorarse de sí mismo”, incluso suena como algo que no deberíamos experimentar. Sin embargo, se trata de un prerrequisito que todos necesitamos para sentir otro tipo de amor.
En primer lugar ¿qué significa el amor? ¿de verdad el amor existe? El amor entre dos personas parece hasta nuestros días una ocurrencia inexplicable. Pero más allá de los sentimientos que tengamos y que nos hagan creer que el amor es una gran aventura, tal vez también es posible que la culminación de nuestras experiencias en la vida sea la verdadera determinante de lo que creemos, sabemos y esperamos sobre el amor. En ese sentido, tal vez el amor se trata de una elección que es consecuencia de muchas otras opciones.
Si amar es una elección, tal vez también podemos aprender a elegirnos a nosotros mismos. La gente pocas veces se pregunta si les gusta lo que son; si les gusta esa persona que miran en el espejo. Por un lado, es fácil ser el crítico más severo; pero por el otro, también es fácil caer en el abismo de la vanidad, muchos de nosotros lo hacemos. Sin embargo, si la virtud se encuentra en medio de esos dos extremos, cabe la posibilidad de encontrar el amor hacia nosotros mismos; al centro, ahí donde apreciamos lo que somos y reconocemos los dones que tenemos, donde aceptamos nuestras debilidades e imperfecciones con el latente deseo de ser mejores cada día.
Al no amarse a sí mismo, existe la expectativa de que la persona de quien nos enamoraremos llene el vacío que sólo nosotros podemos llenar. Cada quién es su propio complemento. Cada quién debería ser suficiente para sí mismo, porque incluso cuando alguien nos deslumbra dándonos lo que merecemos, no siempre puede darnos lo que necesitamos. Y algo que tenemos que darnos a nosotros mismos es amor. No importa lo mucho que alguien te ame, nadie puede darte aquello que tú debes obtener por ti mismo. El amor propio es una de ellas.
Amarse a sí mismo es más que una experiencia placentera, es indispensable para poder después amar a otros. Se trata de aprender a reírse de las torpezas y sonreír por aquello que nos hace únicos o extraños. Se trata de aprender a ser agradecido por todas las facetas que te componen: confiado, tímido, sexy, nerd, raro, enojón… Se trata de darse cuenta que tú eres una persona de la que el mundo necesita lo mejor. Se trata de saborear las experiencias y de saber que en este momento del tiempo y durante el resto de tus días, tú eres sólo tú, tú eres el amor de tu vida.
Y no se trata de tomar una postura egoísta y desconsiderada con tu entorno o con tu pareja, sino de enfocarnos en construir nuestros esquemas afectivos internos para lograr tener la solidez que haga permisible el poder experimentar el mayor placer y privilegio de esta vida, amar al otro y ser amado en la misma medida. Por el placer de compartir, de entregarte, de salir de ti para darte a alguien más. Pero para esto debes saber que…
“Amarse a uno mismo es el principio de una historia de amor eterna”.