El año pasado me convertí en cyborg. La situación, en ese momento, no parecía muy prometedora, sino más bien desorientadora. Pero ahora me parece emocionante ser, en parte, un robot.

Todo empezó cuando mi audición comenzó a fallar debido a una combinación de “mala suerte genética” y muchas noches en ruidosos clubes nocturnos. Cuando llegué a los 30, ya me perdía partes de una conversación si estaba en un bar atestado de gente, y en el cine solo escuchaba una masa indefinida de estruendos y murmullos.

Finalmente, me di por vencido y fui a consultar a un audiólogo, que me recomendó usar audífonos.

Así fue como me sumé a las millones de personas cuyos cuerpos, mentes o sentidos han sido remplazados por la tecnología, con dispositivos que van desde marcapasos inalámbricos hasta piernas biónicas.

Vivimos en la era del aumento, y puede que pronto todos podamos optar por aumentar -de algún modo- la capacidad de alguna parte de nuestro cuerpo.

Después de todo, muchas tecnologías protéticas hacen algo más que ejecutar lo que nuestro cuerpo o mente no puede hacer: ahora nos brindan la posibilidad de convertirnos en algo “mejor que un humano”.

El mundo según los audífonos

Cuando me pusieron los audífonos, me pregunté si podría hackearlos para aumentar mi capacidad auditiva. La respuesta es bastante compleja. Resulta que yo no soy en realidad dueño de mis propios oídos como pensaba, y esto genera una serie de preguntas importantes en torno a otras tecnologías de aumento que se están desarrollando, desde implantes de retina hasta brazos biónicos.

A diferencia de las gafas, que sencillamente enfocan al mundo desde una lente, los dispositivos auditivos desempeñan un rol muy activo en el proceso de aumento. Estos controlan el entorno con sus micrófonos y ajustan constantemente su potencia de salida diferenciando entre el sonido que consideran útil y el ruido. Lo que yo escucho es su interpretación del mundo a mi alrededor.

Esto significa que el aumento ofrece una posibilidad interesante, porque, si quiero, no tengo que escuchar lo que se considera bueno para una persona común y corriente. Puedo configurar mi aparato de modo tal que amplíe mi capacidad sensorial más allá de mis habilidades. No sería el primero en tratar de hacer algo semejante: el artista Neil Harbisson, por ejemplo, construyó varios dispositivos que le permiten escuchar cómo suenan los colores.

En mi casa, si conecto mis audífonos con un dispositivo conectado a la red, como un teléfono inteligente, podría recibir directamente información de toda clase.

A diferencia de los ojos, que sólo pueden enfocarse en un único objeto, nuestros oídos están capacitados para absorber cantidades enormes de información al mismo tiempo. Mis oídos podrían estar alertas a lo que pasa en todo el mundo: desde la llegada del mal tiempo hasta los niveles de tráfico en internet a mi alrededor. Podría convertirme en un superhombre.

¡No tocar!

“A los fabricantes no les gusta demasiado que los usuarios jugueteen con sus dispositivos y es muy difícil para alguien que no es audiólogo jugar con los programas especializados de los aparatos Estas restricciones dan lugar a una pregunta crucial: ¿a quién le pertenecen mis oídos?” – Frank Swain

Desafortunadamente, la sobrealimentación de mis audífonos no sólo es algo difícil de hacer: está terminantemente prohibido. En una de las consultas le pregunté al técnico que los calibraba, cómo los podía ajustar, si es que encontraba que el sonido era muy alto o muy bajo en un ambiente en particular. “¡No puedes hacerlo!”, me dijo alarmado. “Es muy importante que lo ajuste un audiólogo calificado”.

No hacía falta que se preocupase tanto, los audífonos son muy difíciles de manipular. Algunos tienen un botón para modificar su configuración en distintos ambientes. Otros, como los que estoy usando, son completamente automáticos. Esto me convierte en un oyente pasivo más que en un usuario activo. Diseñados tradicionalmente para una persona mayor -y posiblemente abrumada por la tecnología- los fabricantes siempre han puesto el énfasis en hacerlos invisibles y fáciles de usar.

Pero más allá de eso, a los fabricantes no les gusta demasiado que los usuarios jugueteen con sus dispositivos y es muy difícil para alguien que no es audiólogo jugar con los programas especializados de los aparatos. Estas restricciones dan lugar a una pregunta crucial: ¿a quién le pertenecen mis oídos?

¿Míos?

CíborgLos dispositivos para remplazar partes del cuerpo son cada vez más comunes.

En Reino Unido, cualquier dispositivo médico implantado en el cuerpo de una persona es de su propiedad. Sin embargo, esto no incluye las prótesis ofrecidas por el National Health Service, (el servicio de salud estatal, más conocido por sus siglas, NHS), como las piernas artificiales que, al igual que las muletas y las sillas de ruedas, deben retornarse cuando el paciente ya no las necesita.

En Estados Unidos, por ejemplo, esta relación es aún más compleja. La propiedad de la prótesis depende del contrato del paciente con su aseguradora. Sin embargo, según indica un artículo publicado en 2007 en la Revista de Ética Médica, propiedad no significa necesariamente soberanía, y afirma que “al aceptar el implante de un dispositivo, el paciente está renunciando indirectamente al derecho de controlar autónomamente su dispositivo”.

“¿Debe establecerse un límite a la fuerza de un brazo biónico? ¿A una persona con implante de retina se le debe permitir filmar a los demás? ¿Está bien que alguien aumente su poder mental con pulsos magnéticos para vencer a otros candidatos en un examen, o en una entrevista laboral?” – Frank Swain

Técnicamente, mis audífonos son un préstamo del NHS. Pero estos dispositivos son parte de mí, una extensión de mí mismo. ¿Tiene entonces derecho el servicio de salud estatal -o los fabricantes- a controlar los dispositivos que se han convertido en parte del cuerpo de una persona? Al transformarme en un cyborg, mi cuerpo pasó a ser un ente disputado por tres partes, cada una de ellas con diferentes prioridades respecto cómo debería funcionar mi sentido de la audición. Una combinación de intereses personales, comerciales y de salud le dan forma a algo que será parte de mi cuerpo.

Restricciones similares entrarán en juego para aquellos que esperan usar otros mecanismos de aumento o implantes tecnológicos en el futuro. A medida que estas tecnologías se vuelvan más comunes surgirán seguramente debates serios sobre los aspectos éticos, legales y sociales. Por ejemplo, ¿debe establecerse un límite a la fuerza de un brazo biónico? ¿A una persona con implante de retina se le debe permitir filmar a los demás? ¿Está bien que alguien aumente su poder mental con pulsos magnéticos para vencer a otros candidatos en un examen, o en una entrevista laboral?

Hasta el momento, no hay una respuesta clara a estos interrogantes, pero lo que sí sabemos es que los seres humanos continuarán luchando para mejorar sus habilidades y explotar la tecnología para correr más rápido, ver más lejos o pensar con más claridad. Soy un cyborg, y pronto, quizá usted también lo sea. Pero no asuma que esta transformación estará exenta de dificultades.

(BBC)