Su niño le presenta su última creación artística.

Es un dibujo con una figura de largas y delgadas piernas, sin cuerpo ni pelo. Es usted. En la esquina se puede ver algo amarillo que –según le dice- es el Sol y junto a él algunas manchas moradas de pintura.

Si usted fuera honesto, le diría que ha visto mejores. Pero el niño está ahí, esperando su reacción. ¿Qué le dice?

“¡Qué lindo! Es el mejor dibujo que he visto. Completamente fantástico”. Y el niño sonríe orgulloso cuando su obra de arte es fijada al refrigerador, para que toda la familia la vea.

Pero, ¿es realmente lo mejor que podría haber dicho? Tendemos a asumir que todos disfrutamos los elogios y que eso nos hace querer hacerlo cada vez mejor. Pero si miramos la evidencia, no es tan cierto. Todo depende de las palabras.

El problema no son los elogios per sé, sino cuando estos se inflan. Palabras como “perfecto” o “increíblemente bueno” en vez de un simple “bien”. Los padres son especialistas en sobredimensionar su reacción cuando sus hijos tienen un bajo nivel de confianza, esperanzados en que esto incentivará su autoestima. Pero cuidado, le puede salir el tiro por la culata.

Se sabe que si las alabanzas no suenan sinceras, no tienen efecto (1). Y hay un problema peor que el de que el niño que reconozca su hipérbole. La evidencia apunta a que esto podría hacer que los niños eviten futuros desafíos (2).

Los niños que sufren de baja autoestima y a los que les han dicho que su dibujo es “increíblemente bonito” son menos propensos a arriesgarse a tareas más desafiantes posteriormente que aquellos a los que les dijeron que era un dibujo “bonito”. Una simple palabra hace la diferencia. La pregunta, obviamente, es por qué.

Los investigadores especulan que un halago inflado deja la vara muy alta para que los niños con baja autoestima quieran volver a intentarlo, pero esta hipótesis aún no ha sido probada.

Alabado sea

Decirles que son lo mejor puede ser contraproducente.

Entonces, ¿cuál es la mejor manera de alabar a su hijo?

El autor principal del último estudio al respecto, el psicólogo Eddie Brummelman, aconseja pensar sobre el mensaje que se está dando antes de hablar, es decir, asegurarse de que no está dejando los estándares tan altos como para que su hijo tenga miedo de no volver a alcanzarlos en el futuro.

Qué cualidades elija destacar puede ser un factor. Luego de dos décadas de investigación, Carole Dweck, profesora de la Universidad de Stanford, ha encontrado grandes diferencias entre halagar a los niños por sus habilidades (como por ejemplo, cuán inteligentes son) y halagarlos por el esfuerzo que han puesto en determinada tarea (diciendo “realmente trabajaste duro”).

En un experimento en el que los niños eran felicitados por trabajar duro o por ser inteligentes, los “inteligentes” se arriesgaban poco (3) y elegían posteriormente actividades que sabían cómo hacer. También se molestaban más si fallaban.

Destacar la inteligencia de un niño puede enseñarles que este es un rasgo fijo, sobre el que no tienen control. Esto también puede hacerlos cautelosos a la hora de probar cosas nuevas si existe el riesgo de no mantener los altos estándares por los que los han felicitado.

Dweck recomienda enfocarse en el proceso a través del cual el niño pasa para alcanzar alguna meta. “Realmente admiro lo concentrado que estás”, por ejemplo. Y si no le resulta, la crítica necesita ser constructiva, así aprende a solucionar el problema.

Esto, por supuesto, depende bastante de la edad del niño.

Con niños en edad prescolar, cualquier tipo de elogio pareciera ser una motivación, pero un poco más mayores las sutilezas mandan.

La psicóloga Jennifer Henderlong Corpus le dio a niños de 9 a 11 años un rompecabezas y los elogió por su carácter, sus resultados, la manera en que enfrentaron la tarea o simplemente no los elogió.

Luego lo rediseñó de manera que fallaran en la siguiente tarea, antes de ver qué hacían después. Si habían sido felicitados por rasgos de su carácter al principio del estudio, los niños no eran capaces de lidiar con su error (4). De hecho, se desmotivaban. Pero si habían sido elogiados por sus resultados o por la manera en la que enfrentaban la tarea, los niños seguían intentándolo.

Intereses competitivos

Elogiar a los niños por sus esfuerzos y por la forma en que realizan una tarea sirve para motivarlos.

¿Qué tal resulta señalarles cuán bien lo hicieron respecto de otros niños? No es raro pensar que no hay nada mejor que escuchar cuando uno lo hizo mejor que todo el resto. Nuevamente los estudios sugieren que la cosa no es tan simple.

Estudios con adultos en las décadas de 1970 y 1980 (5) mostraron que este tipo de halagos mejoraban la satisfacción de la gente respecto de la tarea misma, lo que se conoce como motivación intrínseca. Sin embargo, parecería que con los niños es diferente.

Menores entre 9 y 11 años recibieron una serie de rompecabezas para armar. Luego se les dijo a algunos de ellos: “¡Qué gran trabajo! Parece que eres mejor haciendo esto que muchos otros niños”, o “¡Está entre lo mejor que he visto en niños de tu edad”! Otros fueron felicitados por el progreso que habían logrado, por ejemplo: “¡Buen trabajo! Realmente aprendiste como resolverlo”.

En la siguiente etapa, los niños recibieron tareas de dibujo, pero esta vez sin comentarios posteriores, por lo que no supieron cuán bien lo habían hecho antes de escoger entre la siguiente tarea, que podía ser fácil o difícil. También se les preguntó si les divertía trabajar duro.

Niñas jugandoLas niñas reaccionan negativamente al escuchar que son mejor que otras, según los estudios.

Los resultados mostraron que los elogios que implicaban una comparación social surtían un efecto peor que no recibirlos. Parecían minar su motivación, fomentándoles elegir tareas fáciles a futuro, tal vez por miedo a perder su posición de liderazgo.

Pero esto sólo era cierto mientras no sabían cuán bien lo habían hecho.

Una vez que recibieron sus puntajes, niñas y niños se comportaron diferente. Los niños se beneficiaron de la comparación, mientras las niñas no (6). Ellas parecían reaccionar mal al escuchar que lo hacían mejor que otras. Entendían de ello que lo importante era ganarle al resto más que obtener satisfacción de la tarea en sí, por lo que su motivación se veía reducida.

Hay que destacar que estos estudios fueron hechos viendo cómo los elogios afectan a los niños a corto plazo. Estudios que contemplen el largo plazo son mucho más difíciles de realizar, ya que no hay certeza de que cada adulto le dé a los niños el tipo de felicitación correcta a través de los años.

Sin embargo, la evidencia actual sugiere que elogiar a los niños por sus esfuerzos y por la forma en que realizan la tarea es particularmente efectivo a la hora de motivarlos.

Y si usted los felicita por sus resultados, pareciera ser un mito que mientras más mejor. Inflar los elogios puede incluso ser contraproducente.

(BBC)