La palabra reverencia viene del latín reverentia que significa “temor respetuoso”, nombre de cualidad derivado del verbo revereri, un prefijado intensivo de vereri. Este verbo de entre los muchos que en latín significan temer, no expresa ni un miedo cualquiera, ni tampoco un terror. Quiere decir temer con respeto, se refiere a estar en una situación de apocamiento, de enorme respeto a algo o a alguien, por su trascendencia, por su importancia.

Es así como la palabra reverencia llega incluso a designar gestos e inclinaciones que suponen un alto reconocimiento con respeto y sumisión.Nos guste o no, nada más preciso, cierto, democrático, definitivo, homogéneo, genérico, incomprensible, indeseable, reconocido, trascendente y natural que la muerte.

En México decimos no tenerle miedo a la muerte, creo que es verdad, los mexicanos no le tenemos miedo a la muerte, le tenemos terror. Como todo en este país, se dice una cosa pero se hace otra. Recordemos que el mexicano desde hace siglos ante lo doloroso, lo aplastante, lo terrible, evade como estrategia de vida.

Muchas personas dicen no tenerle miedo a la muerte, sino a la forma de morir. Son dos cosas distintas, una se relaciona con el cómo, con el dolor, con el sufrimiento. La otra con la incertidumbre, con el no querer, con la ignorancia obscura, con el miedo a lo desconocido o a lo evidente que no queremos admitir.

Nadie efectiva y sinceramente ha regresado del más allá. Nadie nos puede contar verdaderamente cómo están las cosas en el otro mundo (si es que existe), eso da miedo. Nos confunden aún más los religiosos que se esmeran con ungüentos dogmáticos en tranquilizar la incertidumbre más real y auténtica de todo ser humano, logrando manipular y gobernar a miles por el miedo a la Catrina. Y yo me pregunto: “Si en lugar de temerla por obscura e indescifrable que parezca, le hiciéramos reverencia por ser parte del proceso natural de la vida misma, al que nada, ni nadie ha podido renunciar, pues finalmente la muerte nos afirma que todo es cambio, que todo principia y termina como tal, por uso, por ser parte de una maravillosa, infinita e imparable evolución, finalmente armónica y cierta. Si fuera así, si la conquistáramos, dejaríamos de preocuparnos por la muerte y nos enfocaríamos en la vida, en todo lo que estar vivo es y representa”.

A lo mejor los mexicanos empezaríamos a llegar temprano, a ocuparnos en lo nuestro, a vivir y dar resultados hoy, a dejar el mañana para mañana, y lo de ayer en el ayer. Muy posiblemente nos enfocaríamos en disfrutar más a las personas y situaciones que tenemos, en crear, en agradecer, en generar más gusto, respeto y devoción por la vida y por ende, teniendo un respeto sincero y reverente por la muerte, por verla como es, una parte del proceso para ricos y pobres, buenos y malos, todos con 24 horas al día, con principio, con fin.

Pero no, unos, la minoría, los más vivos, están reverentes con la muerte y ocupados en la vida, conscientes de la fluidez irreparable del tiempo, lo aprovechan en realizar sueños, lo que mágica y felizmente pareciera alargarles los minutos y las horas. Otros, la gran mayoría, los menos vivos, los necios, los tristes, los grises, preocupados y aterrados por la muerte, desgastan sus minutos y sus horas, en lo superfluo, en lo banal, en buscar respuestas afuera y no adentro, sufren, lloran, rezan con temor, rechazan la vida.

“No sé a dónde voy, ni en que me convertiré, deseo egoístamente mi individualidad y sueño con seguir siendo quien soy, aquí y allá. Pero lo único cierto, es que hoy estoy y mañana no lo sé. Por eso decido estar, disfrutar, amar, procurar. Sembrar para que ellos coman, como aquellos sembraron para yo que comiera”.

Que cuando la muerte llegue que nos encuentre con registros llenos de experiencias, de hechos, de buen vivir, de haber sentido que los días fueron bien usados, con positivos legados de impacto en nuestros hijos, en nuestra gente, con legados de riqueza, con semillas para los demás, para que entonces ya no importe en lo absoluto lo que haya o deje de haber allá y entonces, los mexicanos y los demás podremos verdaderamente reírnos de la muerte.

Para Reflexionar, mientras se tenga vida.

Alfonso del Valle Azcué