Diego Rivera (1886-1957) y José Guadalupe Posada (1852-1913) además de haber sido dos grandes artistas fueron dos hombres que se ocuparon siempre por dar a conocer a nuestro pueblo; su verdad, su origen, sus tragedias, dolores y alegrías, sostuvo Guadalupe Rivera Marín.

En el acto por el 56 aniversario luctuoso del pintor, que se cumplió el pasado en domingo 24, la hija del muralista mexicano habló de la relación que su padre tuvo con el artista hidrocálido.

Señaló que fue Posada quien enseñó a Rivera a hacer grabados. Dijo que la historia se remonta cuando Rivera perdió la posibilidad de ir a Francia producto de una beca entregada por el entonces presidente Porfirio Díaz, y que en un volado disputado con el entonces pintor Roberto Montenegro, quien al igual que Rivera ganó el primer lugar de un concurso, Rivera quedó hundido en la depresión.

“Ganaron los dos el premio, pero ante la imposibilidad de que ambos fueran a Europa, se diputó un volado y ganó Montenegro. Enseguida Rivera se queda triste y su padre se lo lleva a Veracruz donde el gobernador de la entidad, al ver su talento, lo envía a Francia, debido a su calidad artística y pictórica”, rememoró.

De acuerdo con Rivera Marín, antes de que su padre se fuera a Europa, el joven pintor pasó un día por el taller de Posada, situado en la calle de Santa Inés, en esta ciudad, quedando asombrado por los grabados del artista hidrocálido.

“Posada lo invita a que entre a su taller y le enseña a grabar. Y fue así como mi padre aprendió a grabar”, dijo Rivera Marín, al tiempo que señaló que Diego Rivera se refirió a Posada como un “gran genio”.

Reveló que una vez que su padre regresó de Europa, el primer libro que se hizo acerca de la obra de Posada, fue gracias a su primogénito.

“La obra de Posada era desconocida para el público culto y sociedad mexicana, porque Posada se dedicó toda su vida a hacer grabados aludiendo la pobreza del pueblo, a las costumbres y tradiciones de los mexicanos, y de las cuales nadie atendía y hacía caso”, señaló.

Asimismo, reiteró que fue su padre quien bautizó al famoso grabado de Posada “La Catrina” y no el artista hidrocálido.

“Ahí donde se encuentren, seguirán siendo amigos y pensando todas las necesidades que el pueblo mexicano tiene aún por cubrir para que podemos ser un pueblo feliz”, mencionó.

En su oportunidad, la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), María Cristina García Cepeda, recordó la vitalidad de uno de los más grandes artistas plásticos de México, al tiempo que dijo que para la institución a su cargo, representa un honor rendir un cálido homenaje, “a quien en opinión de Alfonso Reyes, fue toda una época artista”.

Mencionó que pensar en Rivera es pensar en la transformación que en sus tiempos experimentara, en todos los ámbitos de la vida nacional y del cual fue un gran protagonista.

“Con Diego Rivera tuvimos uno de los capítulos más importantes de las artes para México y pensar en él es pensar en su interés de nuestro pasado prehispánico, en el rescate y valoración que hizo de nuestros vestigios arqueológicos y a los que siempre vio como obras fundadoras de una estética nacional”, dijo.

García Cepeda manifestó su compromiso de velar la obra del pintor mexicano, su difusión y disfrute. “La obra de Diego Rivera es un orgullo para nuestro país”, concluyó.

Enseguida, Rivera Marín y García Cepeda, acompañadas por familiares del artista, montaron un guardia de honor en la tumba del laureado pintor, adornada con sus flores favoritas: los alcatraces.