Por Mariela Gómez M.
Después de la Revolución Mexicana, el mundo de la cultura y el arte se volcó hacia lo “mexicano”, ya que como proyecto de nación se buscó crear una identidad propia; así nació la pintura muralista, que consistía en celebrar al país, su pasado y sus luchas, y llevar el arte a los edificios públicos para que el pueblo aprendiera, disfrutara y recordara sus orígenes.
Tamayo, más allá del discurso político y nacionalista, buscó renovar los conceptos del arte y explorar técnicas y temas; descubrió que en la tradición estaba la fuente para su trabajo. “Traté entonces de olvidar lo aprendido en la Escuela de Bellas Artes, incluso me endurecí la mano para empezar de nuevo. Comencé a deformar las cosas, pensando siempre en el arte prehispánico. Sus proporciones no eran las clásicas que se enseñaban en la escuela; ciertamente la belleza del cuerpo humano no se encuentra en la medida de siete cabezas. En el arte prehispánico hay una libertad absoluta en lo que se refiere a las proporciones” expresó el pintor.
Con el propósito de enriquecer su conocimiento sobre la plástica viajó, y después de una estancia intermitente de más de 25 años en Estados Unidos y Europa, regresó a México en 1964.
En los cuadros de Rufino Tamayo no hay relatos. Son pinturas hechas de luz, color y materia. Su discurso plástico es concreto, carente de anécdotas. En el procedimiento técnico amalgama varias capas de color, sin que ninguna de ellas pierda su carácter y luminosidad; asimismo, plasma la tradición indígena e impresiones urbanas.
En una conversación con Víctor Alba en 1956, Tamayo dijo:
“Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla… Esto quiere decir que, en última instancia, no son las características que mi nacionalidad me ha impuesto lo verdaderamente importante en mi ser -o en el de cualquier otra persona-. Lo fundamental es que soy un hombre igual a los otros hombres, dotado, igual que ellos, con las mismas aspiraciones y preocupaciones. Uno más entre los hombres de este mundo dividido por prejuicios y nacionalismos, pero unido por la participación común en una misma cultura, la cultura humana, cualesquiera que sean las formas locales e históricas que adopte. Ser mexicano, nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: éste es mi credo de mexicano internacional”
Si quieres conocer más, visita la exposición: Construyendo Tamayo, 1922-1937. En el Museo Tamayo.
Fuentes:
http://www.conaculta.gob.mx/detalle-nota/?id=27702#.UlccllA3apQ