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Todos conocemos la frase “si no desperdicias, no te faltará nada”, pero, ¿estamos aplicándola en la actualidad?

Muchos de nosotros compramos más de lo que necesitamos, gastamos más de lo que ganamos y comemos más allá de la saciedad. La consecuencia de esta forma de vida excesiva y del desperdicio no solo nos afecta a nosotros, sino a nuestros vecinos del mundo y a las próximas generaciones.

Durante las últimas dos décadas, el desperdicio de alimentos y la obesidad casi se han duplicado a ritmos iguales. Las dimensiones del platillo promedio aumentaron en un 36% entre 1960 y 2007. Al mismo tiempo, entre 1987 y 2010, se les diagnosticó diabetes a 20.9 millones de estadounidenses: la cifra casi se triplicó.

Aunque somos responsables de nuestras decisiones, los resultados que estamos experimentando no son solo cuestión de elección.

No estamos genéticamente programados para rechazar las calorías sobrantes cuando las tenemos frente a nosotros. Los estudios han demostrado que si nuestro plato contiene más comida de la que nuestro cuerpo necesita físicamente, la comeremos sin pensarlo.

En un estudio reciente se demuestra que el 50% de los alimentos que se producen en el planeta van directamente a la basura.

Lo más perturbador es que el 90% del agua que se consume en Estados Unidos, por ejemplo, se destina a usos relacionados con los animales y las cosechas. Eso significa que el desperdicio de alimentos representa más de una cuarta parte de nuestro consumo total de agua. En pocas palabras, el agua que se necesita para el campo y los animales es un recurso desperdiciado cuando se desecha la comida que no se consume.

En un estudio que se efectuó el año pasado, se analizó el impacto del desperdicio de alimentos en el cambio climático y la economía. Los resultados fueron pasmosos. Se descubrió que el desperdicio de alimentos en Estados Unidos es superior a los 55 millones de toneladas al año, se generan al menos 133 millones de toneladas de gases de efecto invernadero y tiene un costo de 198,000 millones de dólares.

Sin embargo, este no es un estereotipo exclusivamente estadounidense.

En Toronto, Canadá, cada mes se desechan más de 17.5 millones de kilos de comida; en Gran Bretaña, el Programa de Acción para el Desperdicio y los Recursos calcula que cada año se desperdician 17,500 millones de dólares en alimentos.

La estructura de nuestro sistema de producción de alimentos, que satisface la demanda y no las necesidades, tiene una influencia exponencial en la obesidad y en el desperdicio de alimentos en todas las etapas: suministro, distribución, preparación y consumo.

El costo del petróleo, el combustible, la energía y la mano de obra agrícola que requiere la producción de alimentos, se desperdicia cuando la comida que sobra de las porciones grandes no se consume y se desecha. Aunque esto parece absurdo, la buena noticia es que se puede prevenir completamente.

Un representante de la Asociación de Productores de Abarrotes de Estados Unidos, que representa a fabricantes como Kraft, Hershey y Coca Cola, dijo: “La mejor oportunidad que tiene nuestra industria para abordar el problema del hambre y reducir nuestra huella ambiental, es reducir la cantidad de alimentos que terminan en los rellenos sanitarios y dirigir la comida a los bancos de alimentos; aprovechar los desperdicios con alternativas beneficiosas como la composta”.

Todos los días surgen oportunidades que nos permiten ser consumidores responsables, ya sea consumir la mitad de tu porción o producir tu propia composta. La acción que se requiere para incitar un cambio en los hábitos y revertir la epidemia mundial de desperdicio de alimentos es menos desafiante de lo que crees.

Nuestras decisiones personales sí importan. Ni la Tierra ni nuestro cuerpo pueden seguir soportando nuestros excesos. Aplicar el sentido común constantemente tendrá un impacto profundo en las generaciones y en el planeta.

CNN