Alguna vez Virginia Johnson me dijo algo sorprendente sobre su célebre asociación con el doctor William Masters, que ayudó a revolucionar el entendimiento que se tenía en Estados Unidos de la sexualidad humana.
A pesar de la fama mundial de Masters y Johnson, “éramos dos de las personas más discretas sobre la faz de la Tierra”, dijo. “Simplemente nadie nos conocía bien. La gente especula mucho, pero en realidad no sabe”.
Mientras leía el obituario sobre la muerte de Johnson a la edad de 88 años, recordé las palabras de Virginia. Hay un sentido de asombro por su historia de vida y cómo logró afectar las vidas y la felicidad de tantas personas, en especial la de las mujeres de mente independiente que, como ella, querían tomar sus propias decisiones sobre el sexo, más allá de los designios de los hombres.
La vida de Johnson parece la historia de una Pigmalión del mundo moderno. Con poca suerte, una mujer divorciada dos veces y con dos hijos, regresó a la Universidad de Washington a los 32 años . Trabajaba como secretaria en el hospital afiliado a la universidad en St. Louis cuando conoció a Masters, el experto en obstetricia, ginecología y fertilidad de la ciudad.
Masters, un doctor trabajador y ambicioso deseaba ganar un premio Nobel por documentar clínicamente la manera en que el cuerpo responde durante el sexo, de tal manera que la medicina pudiera encontrar tratamientos efectivos para las parejas casadas que tenían problemas en la recámara. Bill se percató de que necesitaba asociarse con una mujer para una empresa tan riesgosa. Las pocas mujeres doctoras en la década de 1950 no querían acercarse a este experimento potencialmente explosivo que podría arruinar sus carreras. Ni siquiera la esposa de Masters (con quien tenía dos pequeños niños y vivía en los suburbios) quería involucrarse.
Virginia lo cambió todo. Casi inmediatamente mostró un genio nato con respecto a lo que hace que un hombre y una mujer hagan clic sexualmente y en los temas del corazón. Primero como una diligente adjunta y eventualmente como una socia en toda la extensión de la palabra, Johnson convenció a docenas de mujeres y hombres (enfermeras, enfermeros, residentes, estudiantes de grado y varias personas alrededor de St. Louis) a convertirse en parte de su estudio secreto de una década de duración, el experimento sexual más grande en la historia de Estados Unidos.
Su trabajo fue publicado en 1966 en “Human Sexual Response” y explicaba en su propia oscura jerga médica, la manera en que el cuerpo trabaja durante el sexo. Como cartógrafos, colocaron en un mapa la manera en que cada parte del cuerpo vibra, suda y se excita durante el sexo. Sin el extraordinario fervor y perseverancia de Virginia Johnson, Masters coincidía en que su experimento habría fracasado. Bill dio crédito a “Gini” por sus notables contribuciones, más allá de lo que cualquier doctor en la década de 1950 hubiera hecho, compartiendo con ella el crédito de su primer libro.
El tiempo acentuaría el impacto de Johnson aún más. A pesar de su lenguaje cuidado, el primer libro documentaba el poder de la sexualidad femenina, mostrando que las mujeres eran capaces de tener orgasmos múltiples, un verdadero despliegue de pirotecnia en comparación con la explosión única de la mayoría de los hombres.
Su evidencia clínica se convirtió en parte de la chispa de la llamada revolución sexual de Estados Unidos de las década de 1960 y 1970 que se reflejó en todo, desde importantes escritos feministas hasta la revista Playboy de Hugh Hefner. Incluso las recatadas revistas para mujeres, llenas de recetas y trivialidades caseras, empezaron a escribir sobre sexo utilizando las mismas frases clínicas que Masters y Johnson habían hecho aceptables en la sociedad educada.
Pero el impacto de Virginia fue más evidente particularmente en el segundo libro del dúo, “Human Sexual Inadequacy” de 1970, que les valió la portada de la revista Time y entrevistas en programas de televisión. Fue Virginia, en gran medida, quien desarrolló la terapia “sensual” del equipo a partir de una gran variedad de influencias (incluyendo el conductismo, los métodos freudianos de hablar e incluso estudios de urología de otros investigadores médicos) lo que pronto atrajo a muchas parejas a su clínica para curar sus dificultades sexuales.
El hecho de que una mujer sin un grado hubiera llegado a un enfoque tan efectivo proclamando una solución inmediata tan estadounidense: 80% de éxito en un plazo de dos semanas (en comparación con años sobre el diván de un analista vienés hablando de sentimientos sobre nuestra pobre madre) resultaba irritante para las instituciones médicas. Aún así el trabajo pionero de Masters y Johnson sentó las bases para la industria de la terapia moderna del sexo, con clínicas alrededor del mundo que dependen de sus métodos y sabiduría hasta la fecha.
Más tarde Virginia diría que la devoción completa a su investigación y a sus pacientes lastimó mucho a la relación con sus hijos y a su matrimonio con Masters (se divorciaron en la década de 1990, poco después de que su clínica cerró), expresando el mismo arrepentimiento que muchas mujeres hoy comparten al tratar de balancear su trabajo y su vida familiar. También estaba preocupada porque su trabajo pionero sobre el sexo podría ser utilizado por libertinos para evitar la necesidad de mostrar sentimientos por sus parejas como humanos reales y cariñosos, más que hologramas pornográficos en la recámara.
Pero lo más importante fue que Johnson se percató de que muchas mujeres jóvenes habían adoptado estilo independiente de pensar sobre el sexo, que alguna vez fue tan prohibido en Estados Unidos en la década de 1950. Solo ellas, y no una figura paterna en bata de laboratorio, podría reglamentar sus cuerpos y establecer los términos para cuándo, cómo y con quién podrían compartir su sexualidad.
Las notables aventuras personales y profesionales de Johnson hacen de ella una de las mujeres estadounidenses más extraordinarias del siglo XX. Su fallecimiento debe recordarnos el gran impacto que su vida tuvo en todos nosotros.
CNN