La proteína es bueno para tus músculos y para mantenerte satisfecho por más tiempo y mantiene tu metabolismo en orden. Pero igual que todo lo bueno en el mundo, nada en exceso es bueno. Aquí hay 5 maneras en las que tu cuerpo puede verse perjudicado por consumir demasiada proteína.
1. Tu aliento huele mal
Cuando reduces los carbohidratos a lo más mínimo, tu cuerpo entra en un estado llamado cetosis, donde empieza a quemar grasa para energía en lugar de los carbohidratos. Eso podría parecer bueno para la perdida de peso, pero no es muy bueno para tu aliento. Esto es porque cuando tu cuerpo quema grasa, produce algo llamado cetonas, que dejan tu aliento oliendo mal, lo peor es que como el olor proviene de tu cuerpo, limpiarte la boca ni nada hará gran diferencia por el olor.
2. Tu estado de animo disminuye
Tu cerebro necesita carbohidratos para estimular la producción de la serotonina. Eliminalos de tu dieta y es más probable que te sientas de malas o irritable y deprimido.
3. Podrías dañar tus riñones
Cuando consumes proteína, también ingieres rastros de nitrógeno que tus riñones tienes que filtrar de tu sangre. Si consumes una cantidad normal de proteína, el nitrógeno sale de tu cuerpo a través de tu orina, pero si consumes demasiada, haces trabajar tus riñones de más lo cual podría causarles daño.
4. Quedarás plagado con problemas gástricos
El pollo y el queso cottage son buenos para crear músculo, pero no dan nada de lo que la fibra le aporta a tu cuerpo para ir al baño regularmente. Por lo tanto, si reemplazas muchos carbohidratos complejos por proteína, te costará trabajo consumir la fibra diaria recomendada. Terminarás estreñido, inflado y gaseoso.
5. Subes de peso
Una dieta alta en proteína te ayudará a bajar de peso a corto plazo, pero a la larga te hará subir de peso. Así que sacate esas ideas de la cabeza y afronta el hecho de que no existen alimentos milagrosos para bajar de peso y necesitas llevar una dieta equilibrada acompañada de ejercicio si quieres verte y sentirte tan bien como puedas.
Publicado por Othón Vélez O’Brien.