Las obras, llamadas Infinity Box, de Matt Elson, no son completas hasta que alguien mete la cabeza. Una vez adentro, el interior se transforma en un caleidoscopio inmersivo lleno de velas, luces de colores y flores de papel. Ya sea que el espectador se ría de su reflejo o se quede con la boca abierta mirando con asombro, las paredes responden con las interminables variaciones de sus expresiones cambiantes.
Publicado por Othón Vélez O’Brien.