Si estás interesado en Facebook o Twitter, quieres volverte blogger o piensas armar tu propio sitio web, date una vuelta… por la iglesia.
Esa es la propuesta de una parroquia del pueblo de Paull, en el noreste de Reino Unido, donde la provisión de internet de la comunidad entera depende de un transmisor de radio instalado sobre el campanario.
Y ello es posible desde de que una familia de la zona, harta de no tener servicio de conexión por la lejanía de los centros urbanos, decidió establecer su propio sistema de acceso.
Simon Taylor y su hijo Paull (bautizado como su propio pueblo) no sabían mucho de tecnología, pero investigaron. Y llegaron a una solución de bajo costo: unos 130 dólares para el equipo que permite acceso a velocidad.
“Averiguamos, preguntamos… Terminamos comprando un transmisor y un receptor en un negocio de electrónica y los pusimos a prueba. Después pensamos dónde instalar el sistema para beneficio de todos y fuimos a la iglesia a pedir permiso”, dice el padre.
Así, la iglesia de San Andrés en Paull no sólo pasó a albergar los equipos, sino que además se convirtió en sede de talleres de redes sociales y su salón de té, con bebidas calientes y pasteles a la venta por un precio módico, se volvió un cibercafé de libre acceso para una comunidad de unos 700 habitantes.
Junto con un vecino, los Taylor convencieron al párroco de San Andrés, la iglesia local que está en pie desde el año 1355.
Enseguida les dio el visto bueno, pero para instalar el equipo en la parte alta del campanario –que luego conectaron a un cable de fibra óptica cercano- tuvieron que esperar unos siete meses, hasta conseguir el permiso del consejo parroquial del condado.
Probaron el sistema por casi un año, estableciendo conexiones con casas cada vez más alejadas para ver cuánto resistía. A fines de septiembre salieron a ofrecerlo como un servicio público.
“Estamos recibiendo llamados de vecinos que quieren conectarse, por el momento llegamos a casas a 23 millas (37 kilómetros) del poblado”, explica Taylor.
El servicio, bautizado “The Hubb”, no tiene fines de lucro: cobran 40 dólares al mes para mantenimiento y parte se destina a las labores de mejora en la iglesia.
De hecho, la parroquia ya experimenta los beneficios de esta nueva era digital en la zona: el número de visitantes a la iglesia, según dicen, pasó de unos 10 por domingo a más de 100 cada fin de semana, alentados por el servicio de cibercafé gratuito.
“En cierta medida, convertimos a la iglesia nuevamente en el centro de la comunidad, cuando la congregación llevaba años perdiendo fieles”, opina Taylor, que no se considera creyente.
La novedad, según cuenta, se refleja en cosas sencillas: en poder acceder a los formularios que a veces hace falta rellenar para completar trámites en oficinas públicas, en la comunicación por Skype entre las casas que a veces quedan a varios kilómetros de distancia entre sí, en la conexión de la TV inteligente que finalmente pudo hacer un vecino que llevaba dos años con el aparato comprado y sin estrenar.
“Hoy no se puede vivir sin internet, hace falta para todo. No podíamos quedarnos afuera”, dice el hombre, devenido pequeño empresario digital.