Morir por ignorancia es una idea que Rosmery Mollo no puede concebir. Muchas de las mujeres de su etnia aymara, en el altiplano boliviano, fallecen de causas que se pueden evitar.
“Su única culpa ha sido no haber aprendido algo”, cuenta esta enfermera de 37 años, quien hace casi diez inició un proyecto para impartir conocimiento a mujeres indígenas.
Se llama WARMI –mujer en aymara– y la idea inicial se basó en enseñar un poco de anatomía y educación sexual, algo que ayudara a las mujeres a tomar decisiones respecto a su salud.
El resultado fue que las warmi tomaron las riendas de muchos aspectos de sus vidas. Ahora –cuenta–, en el municipio Calamarca, a 52km al sur de La Paz, cambiaron las reglas del juego.
“¡Uyyy! Ahora estas mujeres están muy empoderadas. Han aprendido a tomar decisiones inmediatas y oportunas en relación a su cuerpo y a su salud”, dice. “Ellas ahora asisten a reuniones y la mayoría son líderes, dirigentes. Antes, el municipio parecía que estuviera vacío. Ahora ves gente en la calle, ves a mujeres”.
Cuestión de herencia
Para lograr este cambio de actitud en una pequeña parte del altiplano, Mollo primero tuvo que pasar por una transformación interna de actitud.
Se hizo enfermera gracias a que su madre le suplicó a diario que estudiara enfermería, “para que no cometiera sus mismos errores”.
Ella ya estaba siguiendo la senda de su madre, su abuela y quizás su bisabuela. Tenía 19 años, estaba casada, con un bebé y sin perspectivas de futuro. Pero sus padres decidieron que su hija tenía que romper el molde. A punta de insistir, Mollo terminó cediendo y se sacó el título de enfermería.
“Él (mi papá) me dijo que había visto cómo mi madre había sufrido porque él no había sido un buen esposo”, cuenta. “Y mi mamá venía a llorar a mi casa y me decía ‘tu papá está muy preocupado, dice que qué va a ser de tu herencia (el conocimiento), tienes que estudiar. Yo te apoyaré y cuidaré de tu hija, pero quiero que estudies'”.
Si bien empezó a regañadientes, no pasó mucho tiempo antes de que la carrera se convirtiera en una pasión. “La enfermería es amplia, es un contacto con la gente, con las hermanas del campo, aymaras como yo, como mi mamá”.
“Empecé a trabajar con mujeres como mi mamá, como mis tías. Me empecé a relacionar con ellas y a aprender cosas y a compartir lo que yo había aprendido en la universidad. ¡Era súper! Yo me olvido del tiempo cuando estoy con ellas”, relata.
Rosmery Mollo, jefa del proyecto WARMI en el altiplano de Bolivia, habla sobre su experiencia de casi diez años como mujer y aymara en un municipio donde cambiaron las reglas del juego.
Equilibrio, no igualdad
Mollo utiliza la palabra “igualdad” cuando se refiere a que todas las mujeres estaban a un mismo nivel, sin importar que unas hayan estudiado y otras no, y prefiere usar “equilibrio” para referirse a la lucha por los derechos de la mujer aymara.
Y es que, insiste, existen diferencias entre el hombre y la mujer. Diferencias biológicas importantes. “Los hombre tienen pene y nosotras vagina. Las mujeres menstruamos, nos embarazamos, damos de lactar (…) pero, ¿de dónde viene ese desequilibrio tan grande en relación al trato que nos dan a las mujeres?”
Una pregunta que parece universal, pero que en la sociedad aymara -segunda cultura indígena en Bolivia después de la quechua- tiene muchas implicaciones, pues es la mujer la que debe encargarse de la casa, la que debe sacrificarse y dejar de comer cuando no hay suficiente alimento, la que sólo puede dar a luz en su casa y al lado de su esposo, y la que debe esperar a que sea su pareja la que tome sus decisiones.
También es una pregunta que Mollo fue respondiendo en grupo, con las mujeres de WARMI, en la medida que les enseñaba sobre biología. Las discusiones sobre salud fueron como un reloj despertador, no sólo para las participantes sino para la misma Rosmery.
La mayoría de las mujeres aymara mueren por causas que se pueden asistir, como hemorragias en el embarazo o retención placentaria después del parto. No saben que si en media hora la placenta no sale, hay que buscar ayuda. “Ellas lo que hacían era esperar y esperar”.
Para cambiar esta situación, Mollo empezó enseñandoles cómo funcionaba el cuerpo, qué es la menstruación y la ovulación. “Ellas pensaban que la regla era sangre sucia que hay en el cuerpo”.
El segundo módulo consiste en el embarazo y parto saludable. “Hablamos de todo lo que sucede durante la gestación y también entramos con el tema del género y las diferencias biológicas y las que nos ha impuesto la sociedad”.
Fue allí donde empezaron a entender y a preguntarse “¿cómo es que la sociedad ha decidido que somos las mujeres las que debemos cuidar a los wawa (niños), atender al marido, cocinar, planchar? Porque era algo impuesto por la sociedad que ya venía definido por el sexo”.
Fuente: (BBC)