La ciencia ciudadana -la tendencia de involucrar a aficionados en proyectos de investigación- está de moda, pero ¿es ciencia real o simplemente buenas relaciones públicas?
“Esta es un borrón, nada demasiado impresionante. Caray, otro borrón, éstas son galaxias elípticas. Oh, mira, ésta es una fusión…”.
El astrónomo de Oxford Chris Lintott hojea las primeras de 70.000 imágenes del Estudio Infrarrojo del Cielo Profundo de Reino Unido, que fueron publicadas en el sitio web Galaxy Zoo (zoológico de la galaxia).
“Ésta es una galaxia de disco, así que puede que así se vea la Vía Láctea desde lejos”, agrega.
Las imágenes, que no han sido vistas nunca antes, son parte del más reciente proyecto de ciencia ciudadana realizado en el sitio.
Todo lo que uno debe hacer es mirar las fotos y clasificar las galaxias según sus formas y características: ¿tiene brazos o un núcleo central? ¿Es elíptica? ¿Tiene la galaxia una franja de polvo a través del centro?
Los resultados podrían ayudarle a los astrónomos a comprender cómo se forman las galaxias.
Pero Galaxy Zoo es apenas el último de un creciente número de proyectos astronómicos de ciencia ciudadana. El aficionado entusiasta puede explorar la superficie de Marte o la Luna, estudiar tormentas solares y hasta cazar planetas que orbitan alrededor de estrellas distantes.
“Es una época realmente emocionante”, señala Lintott, “la ciencia ciudadana está en auge.
“Eso es porque los astrónomos están en un callejón sin salida. Se han vuelto realmente buenos en recopilar datos, pero no tanto en procesarlos. El cerebro humano aún es mucho mejor en clasificar a través de estas imágenes y decirnos lo que necesitamos saber”.
Una ciencia muy amplia
Pero no es sólo la astronomía, la ciencia ciudadana está floreciendo en prácticamente todos los campos de la ciencia.
Hoy en día se puede buscar información sobre el cáncer o ver cómo se esparce el hongo hymenoscyphus pseudoalbidus por los árboles, mientras se juega un simple juego de computadora. Se puede mapear el cerebro coloreando las neuronas, rastrear ballenas u observar la vida silvestre en el Serengeti, desde la comodidad de su sofá.
El campo de la historia natural tiene una orgullosa tradición de participación de aficionados y quizás no es tan sorprendente encontrar que aquí florece la ciencia ciudadana.
Según el Comité Conjunto de Conservación de la Naturaleza, puede que haya hasta 100.000 naturalistas aficionados que recolectan y contribuyen activamente a proyectos de ciencia ciudadana en Reino Unido, un esfuerzo de voluntarios cuyo valor en dinero sería de US$31,86 millones anuales.
Una cantidad significativa de esos proyectos es manejada por el Centro Angela Marmont para la Biodiversidad en Reino Unido en el Museo de Historia Natural.
Se estimula a miembros del público a tratar con muestras, tener acceso las extensas colecciones del museo y conversar con el personal.
Cuando llegué a encontrarme con el doctor John Tweddle, un taller de hongos estaba en pleno desarrollo.
“Es realmente emocionante. Nunca sabes quién va a llegar por esa puerta y qué van a traer”, comenta Tweddle.
“Cualquiera con alguna habilidad puede venir y tener acceso a las colecciones. La ciencia ciudadana está en apogeo en este momento y los proyecto más efectivos realmente están llevando el ritmo de las investigaciones. Es una ciencia realmente útil”, añadió.
Darwin no lo hubiera logrado sin la ciencia ciudadana
Por supuesto que no hay nada nuevo bajo el Sol.
Hace un siglo, Charles Darwin creó su teoría de la evolución por selección natural en base a la evidencia suministrada por cientos de científicos ciudadanos de todo el mundo. Unas 15.000 de las cartas que envió o recibió sobreviven en el Proyecto Correspondencia de Darwin en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge.
La directora asociada Alison Pearn afirma que Darwin jamás podría haber recopilado la extraordinaria riqueza de evidencia que sostiene su teoría sin la ayuda entusiasta de naturalistas aficionados.
“Darwin tenía correspondencia con gente de toda clase de ocupación, desde criadores de plantas y animales, jardineros y naturalistas, hasta diplomáticos y exploradores. No podría haber logrado lo que consiguió sin su respaldo. Estaban ansiosos por contribuir a la ampliación del conocimiento, así que es exactamente lo mismo que hoy en día hacen quienes llamamos ciudadanos científicos”, sostiene Pearn.
La computadora ha sido un agregado enorme al poder que el aficionado puede llegar a tener en la solución de un problema, pero es interesante lo que Lintott arguye: es la habilidad única del cerebro humano para detectar inconsistencias en la vasta cantidad de datos que los científicos han acumulado lo que hace tan útil a la ciencia ciudadana.
“El mejor y más poderoso procesador de información que tenemos sigue siendo el que está entre nuestros oídos. El cerebro humano tiene una notable capacidad para reconocimiento de patrones, pero también para detectar lo inusual, para distraerse por algo que no encaja, y eso es algo que realmente necesitamos”, concluyó.
Fuent: (BBC)