«Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica», dice el cartel blanco con letras negras que sujeta sobre su cabeza una estudiante venezolana durante una marcha de la oposición.

La frase es del expresidente chileno Salvador Allende, un socialista derrocado por los militares en un golpe décadas antes de que ella naciera.

Pero Luciana Romero se la apropió para explicar porqué miles de estudiantes como ella llevan una semana en la calle pidiendo la salida del presidente Nicolás Maduro, otro socialista al que culpan del rápido deterioro en la calidad de vida en la nación petrolera.

Ellos se han transformado en un dolor de cabeza para Maduro: fueron los que protagonizaron en los últimos días una ola de protestas callejeras que terminaron en choques con grupos pro gubernamentales, dejando tres muertos y cientos de heridos, el mismo 12F. Un arrollado el lunes, y la muerte de la reina de belleza en Valencia, aumentó a 5 el saldo de fallecidos.

«¿Qué queremos para Venezuela? Sin duda no más asesinatos, no más inflación, cero represión», dijo Romero, una estudiante de medicina de 22 años, mientras una compañera le pintaba la bandera venezolana en las mejillas.

«Mientras más nos ataquen y criminalicen nuestra protesta, más venezolanos vamos a estar reclamando en la calle», añadió.

Los estudiantes radicalizaron las protestas en Venezuela, pero dirigentes de la oposición han intentado evitar la violencia para no darle munición al gobierno.

Y aunque Maduro los ha acusado de sembrar el caos buscando un golpe de Estado, nada indica que tengan suficiente apoyo para hacer tambalear al heredero del fallecido Hugo Chávez.

El mandatario responsabilizó a los estudiantes por el derramamiento de sangre de la última semana. Son unos «niños ricos», dijo, unos «fascistas».

Pero ellos prefieren identificarse con los jóvenes que en los últimos años salieron a las calles a estremecer gobiernos que consideraban totalitarios en Egipto y recientemente también en Ucrania.

Encapuchados 

Los líderes estudiantiles también han buscado desmarcarse de la violencia. Pero no siempre es fácil.

Cuando la marcha opositora del miércoles 12 de febrero llegaba a su fin en el centro de Caracas, un grupo de jóvenes encapuchados se enfrentó con policías de civil. El saldo: dos muertos a tiros.

Armados con palos y piedras, los encapuchados volvieron a aparecer esa misma noche en el rico distrito de Chacao para guerrear con la policía antimotines cuando la mayoría de manifestantes ya empacaba sus pancartas y banderolas. Minutos más tarde, otro joven cayó muerto de un disparo.

Escenas como esa se han repetido cada noche en Caracas y en otras ciudades de Venezuela, dejando un rastro de vidrios rotos, oficinas públicas saqueadas y neumáticos en llamas.

«Esos violentos no representan a quienes fuimos a la marcha», dijo Juan Requesens, presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Central de Venezuela, una de las más combativas del país.

«Hay estudiantes muertos, heridos y detenidos que no tienen nada que ver con la agenda de la violencia», agregó precisando que no responden a ningún partido político. «Ni de derecha ni de izquierda, nosotros vamos hacia adelante».

¿Niños ricos?

El Gobierno los descalifica como niñatos de derecha.

«Son niños ricos que trancan las vías con sus (carros) rústicos de lujo, protestando por la ‘crisis’ de Venezuela», dijo Javier Oropeza, un simpatizante del presidente Maduro, durante un mitin a favor del Gobierno la semana pasada.

La mayoría de los manifestantes que llenan por las tardes la Plaza Altamira de Caracas para protestar contra el gobierno, visten bien y usan costosas cámaras para tomar fotos y videos que luego cuelgan en Twitter y Facebook.

«¿Estás seguro de que estás arrecho (molesto)?», escribió el oficialista José Miguel Fonseca en el blog chavista «Aporrea».

«Lo digo porque en sus manifestaciones yo no veo caras largas, solo chamos (muchachos) y chamas, riéndose, tomándose fotos, saludando enérgicamente con el celular en la mano».

Pero los estudiantes se defienden diciendo que son jóvenes que tienen el coraje que les falta a sus líderes.

«Mi papá está desempleado, así que yo tengo que pagarme mis estudios, ropa y comida», dijo Pedro Malaver, de 24 años, antes de seguir tocando su bulliciosa vuvuzela.

«Yo prefiero trabajar y ganarme el pan de cada día a que el Gobierno me regale todo», remató en alusión a los subsidios y programas sociales a los que Maduro destina miles de millones de dólares y que le han granjeado un fabuloso apoyo electoral.

Fuente: El Universo