Hay momentos en la vida en que la duda se desvanece, circunstancias en las que por alguna razón, la cual incluso nosotras mismas podríamos desconocer, estamos complementamente seguras de que esa persona es la indicada. Quizá sea lo que llaman intuición femenina o quizá, las experiencias pasadas.
Justo de eso hablaba hace poco con una amiga, comentábamos cómo es que nos dimos cuenta de que nuestras respectivas parejas eran con quienes deseamos establecernos.
Llegamos a la conclusión de que tenía mucho que ver lo antes vivido; relaciones, largas, cortas, buenas, normales, dañinas; obviamente con diferentes tipos de hombres. Pero no sólo eso, ambas ya habíamos viajado, estudiado, trabajado, y decidido el camino que queríamos tomar.
Otro factor en común es que nuestros últimos noviazgos fueron duraderos pero inconstantes, un continuo estira y afloja; lo que por cierto no ayudaba en nada a una estabilidad emocional en términos amorosos; sin embargo, al final del día era otra experiencia.
Todo este conjunto de vivencias nos hizo estar conscientes de qué es lo que queremos y qué no, qué necesitamos y qué nos estorba en nuestro recorrido. Viajar liviana es lo que mejor que se puede hacer, pero cuando tienes que llevar tus maletas y las de alguien más, dejas de disfrutar el viaje.
Al final, dedujimos que esa seguridad que sólo se obtiene al conocer, experimentar y vivir, más lo que yo creo que es una mezcla de intuición con destino, es lo que te hace saber que es él indicado.
Y es que no considero que seamos las únicas mujeres que pensemos que sumar es mejor que restar, que una buena pareja camina junto a ti, es con quien puedes crecer, a quien tus sueños le importan tanto como los suyos, y quien te hará más ligera y feliz esta travesía llamada vida.