Entre Feudos y Monarcas –Historia Medieval–

Las Cruzadas Parte 1

 

Después de una larga ausencia, Ecos del Pasado vuelve con esta subsección titulada Entre Feudos y Monarcas para abordar temas sobre la historia medieval. ¿Qué es la Edad Media?, ¿es realmente una época oscurantista donde hubo una vez un Papa malvado, una Inquisición cruenta y reyes poderosos, dignos de figurar en la afamada saga de HBO: Game of Thrones? La respuesta a estas interrogantes trataremos de resolverlas a lo largo de subsecuentes artículos que aborden el tema del Medioevo, no sólo en Europa, sino en las zonas del Norte de África y el Medio Oriente.

Inicialmente, la denominación “Edad Media” fue acuñada por los historiadores del siglo XIX, quienes, bajo una postura positivista del devenir del tiempo, consideraron a esta etapa de mil años de aconteceres humanos, como la edad mediana de la raza humana; tomemos en cuenta que para estos eruditos decimonónicos, el siglo del cientificismo era la cumbre de la evolución del hombre, por lo tanto, hablar de la Edad Media era sinónimo de oscurantismo y superstición, es decir, de un ser humano poco evolucionado y con mente obtusa; no obstante, como postuló Marc Bloch, la historia debe entenderse desde el mismo pasado y no desde el presente; por lo cual ahora, hablar de Edad Media resulta complejo, pues, como ya mencionamos, se trata de mil años de aconteceres que no pueden ser resumidos en simples generalidades, ni tampoco desprestigiarse con base a la vida contemporánea.

Ahora bien, en esta ocasión, hablaremos de Las Cruzadas: un grupo de guerras, de carácter religioso, acaecidas entre los años 1095 al 1291 d. C.; cuyo objetivo fue combatir por la cruz (emblema que los guerreros cristianos bordaban en rojo sobre sus vestidos) para recuperar Tierra Santa, de manos de los infieles musulmanes.

 Hacia el siglo XI los turcos invaden la zona de Jerusalén, recordemos que se trata de un grupo étnico originario del centro de Eurasia, cuyas lenguas pertenecen a la familia túrquica y practicantes de la religión islámica. A partir de su dominio sobre Tierra Santa, el emperador (basileus) Alejo I, del Imperio Bizantino (Grecia, Rusia, Turquía, principalmente) pide auxilio al Papa Urbano II, solicitando protección para los cristianos de Oriente, pues ve la amenaza de que pronto los musulmanes invadirán su territorio. El sumo pontífice, ni tardo ni perezoso, recibió la llamada de auxilio de muy buena gana, pues vio la oportunidad de reunificar el cristianismo bajo el dominio del Estado Vaticano; recordemos también que los bizantinos, aunque cristiano, no reconocían más autoridad religiosa que la del mismo emperador, repudiando al Papa de roma y a la iglesia católica.

Así las cosas, don Urbano II celebró un concilio en la ciudad de Clermont (al sur de Francia) en donde inició la predicación de la Cruzada, una idea de guerra santa, donde se hizo énfasis en combatir sin tregua a los turcos que martirizaban a los peregrinos y criticó a los cristianos dedicados a la lucha entre sí en lugar de unirse para guerrear contra el infiel musulmán; y así como el FONCA lo hace cada año, el Papa lanzó su convocatoria donde estipuló lo siguiente: todo rey cristiano que participara obtendría gracias y privilegios celestiales ad vitam, todos sus pecados serían perdonados y saldrían en el programa de Chabelo. Todos los participantes se darían cita en Bizancio y de ahí partirían para partirle la suya a los turcos. El Papa sustentó su predicación en el versículo del Evangelio que dice: “Renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”; y la multitud enardecida respondió ante esta declaración: Deus vult, o sea Dios lo quiere.

Lo más curioso de las Cruzadas, es que la primera de éstas no fue por parte de ningún rey, noble o ya de perdida, algún burgués, sino que recayó en la figura de un triste ermitaño llamado Pedro el Ermita; un asceta cuya actividad proselitista se limitó al pueblo bajo; así fue formando, sin orden ni concierto, una inmensa masa popular que bajo su mando y la de un triste caballero desprestigiado llamado Gualterio sin Haber (un nini al mero estilo medieval), se dirigió a la ciudad de Bizancio.

La caterva encabezada por estos singulares personajes avanzó por Europa, allegándose de nuevos peregrinos al llegar al Danubio, de tal suerte que contaron con más de 50,000 personas, entre ellas viejos, mujeres y niños, muy similar a las manifestaciones mexicanas; sin embargo, ninguno, ni los dos líderes, tenían una idea clara de a qué carambas se habían dado cita, ni sabían exactamente dónde se encontraba Jerusalén, y por supuesto carecían de un plan y de una organización militar. A su paso, esta simpática horda de fervorosos cristianos, saqueaban aldeas so pretexto de su santa misión; para agosto de 1096 llegaron a las puertas de Constantinopla (Turquía).

En un principio el pobre emperador de Bizancio seguramente sufrió una fuerte decepción, junto con unas tremendas ganas de reír ante tal comitiva, intentando, sin éxito alguno, de persuadirlos de su absurda idea para que volvieran a sus hogares; no obstante, cuando se percató de la destrucción y saqueos realizados por esta gleba fervorosa, les facilitó los medios para trasladarse a las costas del Asia Menor. El desenlace no es difícil de adivinar, por supuesto que los turcos derrotaron al triste ermitaño junto con su comitiva, de la cual pocos sobrevivientes regresaron a Constantinopla. No será, sino hasta mediados de 1096 cuando la Primera Cruzada Señorial se dará cita, pero eso será motivo de la segunda entrega de esta sección; por lo tanto damos por concluido el artículo de hoy, esperando los infieles no invadan sus tierras e invitándolos a dejarnos sus comentarios, dudas o sugerencias.