Deporte de una clase social que se consideraba privilegiada, aunque en las alineaciones de los primeros equipos de futbol organizados en Brasil a fines del siglo XIX por los ingleses Charles Miller y Óscar Cox, así como por el alemán Hans Nobiling, empezaron a aparecer apellidos plebeyos no precisamente europeos.
Ese asunto lo aprovechó Nobiling para convertirse en un agitador con el Germania fundado por él, que debió cambiar de nombre tras ser declarada la Primera Guerra Mundial, de modo que hubo que adoptar una actitud prudente y, con el tiempo, pasar a llamarse Pinheiros de Sao Paulo.
Mientras, en México surgían el Orizaba y el Pachuca Athletic Club, seguidos en 1906 por el Guadalajara, que años después fue un auténtico pionero del futbol nacional -escoltado por el Toluca, fundado en 1916 por Manuel Henkel en el risueño y quieto pueblo de San Juan de las Huertas, municipio de Zinacantepec.
Mientras, en la antigua capital de Brasil, Río de Janeiro, apenas dos equipos prestigiaban el balompié local, el Río Cricket y el Payssandú, que al cambio de centuria permitieron que Óscar Cox formara un club más, cumpliendo así la realización de un caro sueño.
Trabajó para que tuviera lugar un partido que reuniera al ramillete de futbolistas nacidos en Sao Paulo y Río de Janeiro, con Miller y Nobiling como sus rivales infaltables: dos empates, intercambio de elogios y mucha hidalguía permitieron que, en definitiva, el futbol brasileño despegara, tuviera cara, nombre y desarrollo pleno.
Entonces, muchísimos clubes fueron fundados en las urbes más importantes del país: Flamengo en 1897, Flumínense (1902), Bangú, América y Botafogo (en 1904 en Río), pero el futbol más organizado de Brasil seguía siendo paulista, encargándose el periodista Mario Cardim de la traducción al portugués de las reglas inventadas en 1863 en Inglaterra.
Éstas interpretadas por los cuadros aguerridos de las incipientes ligas locales que, con singular alegría, jugaban en potreros terregosos y lodazales infames.
Algunos de ellos dejaron de existir hace muchísimos años y, sin embargo, en los anales históricos del futbol de Brasil quedan el Sao Paulo Athletic Clube.
El monarca tricampeón (1902, 1903 y 1904) fue fundado, dirigido y siempre encabezado por Miller, quien en 1911 lanzó la iniciativa de profesionalizarlo compartiendo la idea con los socios del Paulistano, Mackenzie y Germania, en un deporte cuyas raíces crecieron profundamente y para siempre.
En tanto los políticos ensayaban sus primeros malos pasos con el dinero público antes de que la República cumpliera tres lustros de nacida en 1889, en el plano deportivo el año 1903 marcó el inicio de un hecho futbolístico digno de ser registrado en la historia de Brasil, el primer partido internacional realizado en Salvador, capital del estado de Bahía, entre un combinado inglés y una selección brasileña que saldaron su exhibición con insípido 0-0.
En la revancha ganaron dos a cero los locales, dando paso a otro suceso aquel mismo año, el enfrentamiento, el 16 de julio en Río de Janeiro, entre el Fluminense y el Paulistano, y, por vez primera en tierras cariocas, se cobraron las entradas a casi mil personas que pagaron dos mil contos de reis cada una.
Aunque se calcula que cerca de dos mil quinientas se las arreglaron para meterse gratis hasta las improvisadas tribunas construidas en un terreno baldío del elegante barrio de Laranjeiras.
En Sao Paulo, Hermann Friese era la sensación del Germania, con un físico formidable que lo había hecho campeón de atletismo en Berlín, atribuyéndosele la introducción del uso del cuerpo en el futbol brasileño, recurso que nunca antes se había utilizado, que le mereció el apodo de “Barreta”.
Luego, la Liga Metropolitana de Futbol fundada en 1905 para unificar a los clubes de Río, organizó su primer campeonato al año siguiente, inaugurándolo con un juego especial entre las selecciones de las dos más importantes ciudades de Brasil: el marcador quedó dos goles a uno, a favor de los paulistas.
Sabedores de que alcanzarían el firmamento por sus cualidades genéticas, con un historial a futuro que sumaría 20 participaciones mundialistas a partir de 1930, los primeros grandes astros brasileños se percataron entonces de la necesidad de adquirir ciertos artilugios técnicos para jugar internacionalmente al futbol.
Eso ocurrió cuando un equipo sudafricano aplicó en 1914 una verdadera goliza de 6-0 a una “perfecta” selección de Sao Paulo, en una época en que el amateurismo era apenas una moda refinada para “meninos pó de arroz” (“niños polvo de arroz”), blancos, finos y adinerados.
Río de Janeiro, 3 Dic. (Notimex).