Al hacer una investigación de campo en el ecosistema urbano, se puede determinar que los seres vivos que lo habitan interaccionan de diferentes maneras. La fauna se interrelaciona siguiendo formas que van acorde a los convencionalismos marcados por cada parcela sociocultural. Estos modos son ampliamente conocidos: títulos como noviazgo, matrimonio, unión libre, concubinato, poligamia, etc. No obstante, se puede hacer un acercamiento con base en la biología e identificar otro tipo de ordenación, una más en contacto con la naturaleza primitiva del objeto de estudio o, para ser más precisos, con su inconsciente.
Esta categorización divide en etapas el proceso por el que pasan los humanos en un nexo amoroso. Las relaciones que se establecen entre organismos de una misma especie se llaman intraespecíficas; por ejemplo, la unión de machos y hembras para reproducirse o para alimentar y proteger a las crías. Pero el humano, en su proceso de apareamiento (bastante más complejo que el de otros seres vivos), no se conforma con vincularse de una sola manera, sino que reencarna en varios animales de distintas especies a lo largo de la unión, pasando por varias de las relaciones interespecíficas, que son: competencia, depredación, mutualismo, simbiosis, comensalismo, parasitismo e inquilinismo.
Competencia:
Es la demanda de un recurso común que puede ser limitado, dentro de un mismo ambiente como agua, alimento, luz, espacio y, en este caso, el objeto de deseo.
Aquí los humanos encarnan el papel de pájaros. Dos especies compiten por la fuente de gusanos que les resulte más exitosa. En las ramas bajas de los árboles pueden obtener cómodamente este alimento, pero será difícil conseguirlo y saldrá de mala calidad porque la mayoría de las aves está ahí en una búsqueda desesperada y pusilánime, pero si se hacen hábiles para alcanzar las ramas altas podrán conquistar un superior conjunto de gusanos.
La competencia ha sido un factor de importancia en la selección natural, aunque el humano se ha encargado de tergiversar este proceso natural, como muchos otros, creando un fenómeno de sobrepoblación.
Depredación:
Es el tipo de relación en donde los individuos de una especie cazan a los de otra. El depredador en este caso es el beneficiado, debido a que tiene el poder de elegir y saciarse emocional y eroticamente de su captura. No obstante, los humanos no suelen engullir a su presa (al menos no de manera literal), así que en varias ocasiones ambos pueden salir favorecidos.
El tigre examina a distancia la zona mientras busca una presa apetecible; al ubicar una, se acerca cautelosamente con la intención de sorprender y, en un impulso de seguridad, se lanza. El felino insiste en capturar a unas muchachas, que juegan haciéndose las difíciles. La mayoría de las veces se queda con la cabrita escuálida que no supo ser ágil, en lugar de insistir en aquella cebra voluptuosa que bien lo saciaría. Esto de ninguna manera se limita a un género o especie, bien podría ser una leona detrás de un ñu o un mandril
Mutualismo:
Si la depredación tiene un éxito distinguible, los involucrados pueden reencarnar en un pez payaso o en una anémona conformando una afortunada relación mutualista. Ésta es la interacción entre individuos en donde ambos se benefician. El pez protege a la anémona de aquellos que podrían comérsela y ella resguarda a su defensor de otros depredadores con sus dardos venenosos.
Así los humanos pueden flotar como en agua con su pareja, padeciendo de los placeres del enamoramiento. Al sentirse seguros y protegidos (al igual que la anémona y el pez), están listos para satisfacerse con sus respectivas retribuciones corporales.
Simbiosis:
Aquí ambos individuos se benefician pero, a diferencia del mutualismo, en la simbiosis la asociación se vuelve dependiente. Es una estrecha relación íntima y persistente. Así pasa entre los corales y unas algas, las zooxantelas. El coral aloja al alga que mediante la fotosíntesis proporciona energía al coral.
Ambas especies necesitan de la otra, así como pasan con los humanos en las relaciones que sobreviven al enamoramiento y empiezan a coexistir como si fueran una misma cosa. Esas parejas a las que no se les ve separados nunca; se exigen, se toleran, se conocen, se complementan, se enriquecen y, en teoría, se aman.
Comensalismo:
Es la relación en la que un organismo se favorece sin que el otro se beneficie, aunque tampoco éste termina perjudicado. Suele llegar esta etapa en las relaciones, cuando para una parte el amor ha acabado pero no tiene inconveniente en mantener las formas, mientras que la otra parte sigue viviendo en el edén. Sin embargo, la primera parte no tendría problema en terminar la interacción en cuanto una oportunidad se le presente.
Aquí vemos a los humanos reencarnar en rémoras y tiburones. Una o varias rémoras usan al tiburón para desplazarse más rápido y éste no se perjudica por ello.
Parasitismo:
Ocurre cuando una especie obtiene beneficio de otra perjudicándola o causándole algún daño. Por ejemplo, cuando los mosquitos succionan la sangre de un buey para alimentarse, sin importar las consecuencias: un molesto piquete.
Muchos individuos tienen aprensión de acabar con sus relaciones aunque sólo les esté afectando. Siguen dependiendo del mosquito. Obtienen más piquetes sin ningún beneficio y dejan pasar muchas oportunidades. Puede ser como el tiburón que no ha tenido las agallas para quitarse a la rémora convirtiéndose en un buey. ¡Parásitos por todos lados se ven o se padecen! O peor aún: ¡Te conviertes en uno!
Inquilinismo:
Un organismo se refugia en los restos de otro animal y éste no se beneficia ni perjudica, incluso ni se entera. Aquí el humano encarna al cangrejo ermitaño que habita en las conchas vacías de los caracoles. Éstas representan el recuerdo de quien ya se fue, pero que todavía se ama. La persona se niega a abandonar la nostalgia: un inquilino aferrado al pasado, con tan sólo una coraza que ha vuelto su hogar.
De esta manera, los humanos pasan de ser de pájaros a convertirse en felinos, tigres con éxito que reencarnan en peces y, si corren con suerte, hasta en algas que viven en corales paradisíacos. Pero las cosas no siempre son idílicas, existen los tiburones con rémoras que nadan sin rumbo fijo, o bueyes mosqueados que ni sacudiendo la cola se libran de los parásitos. Algunos humanos son cangrejos por un tiempo hasta que aceptan el cambio y reencarnan, aunque otros mueren como ermitaños, en la concha de otro animal.
Fuente: IPSO FACTO