Cuando Shane Andersen vio a los tres hombres armados y enmascarados corriendo hacia él y su amigo durante un viaje de pesca justo afuera de Monterrey, él ya sabía que lo iban a secuestrar.

En retrospectiva, Anderse admite que fueron una presa fácil.

Había aceptado la oferta de un compañero de su trabajo para ir a pescar en un rancho familiar justo afuero de Monterrey. La zona es un lugar recreativo para la gente adinerada local.

“Todo pasó en 15 segundos. El momento que se encontraron enfrente de mi coche, pisaron el freno y sus puertas se abrieron inmediatamente,” dice Andersen. Antes de que pudiera reaccionar, a punta de pistola lo metieron en el otro coche “tres niños”.

Uno de ellos exigió que le dieran sus celulares, sus cómplices siempre estaban cerca. Los secuestradores querían $20,000.

Andersen sabía de los peligros antes de mudarse a Monterrey, pero eso no le impidió reubicarse en la ciudad que él decía que lo entrenaría para ser un empresario exitoso.

“Mi intención fue abrir una cadena de pizzerías en Latinoamerica, amo la cultura latinoamericana,” dijo Andersen.

En lugar de preocuparse por la violencia que podría encontrarse, practicó formas de prepararse por si algo sucedía. Cuando se presentó el peor caso, Andersen repasó lo que había practicado.

“Estudié geografía y estuve siempre pendiente de dónde íbamos y dónde estábamos con ayuda del Sol. Nos llevaron a su pueblo, pero no nos ocultaban, la gente nos veía como si fuera algo de todos los días,” dijo Andersen.

Andersen y su amigo se econtraban boca abajo en la parte trasera de una pickup. “‘No mires sus caras’ es algo que pensaba, ‘si lo haces te van a matar’. Estaba en shock, no podía pensar bien.”

El amigo de Andersen no se movía para nada y hacía como si no oyera lo que decía Andersen cuando le preguntaba que si creía que los matarían.

El secuestro duró horas hasta que el líder decidió arrodillarse a lado de Andersen y le dijo “te doy mi palabra que no te mataremos si nos dan nuestro dinero,” luego le dio un teléfono a Andersen y puso la pistola sobre su cabeza y le dijo que le hablará a su jefe.

Al principio, el jefe de Andersen creyó que estaba bromeando hasta que el secuestrador tomó el teléfono y empezó a decir groserías y amenazas. Mientras tanto, el amigo de Andersen negociaba con los secuestradores darles su coche para que lo liberaran. Fue luego cuando iban por el coche que el compañero de Andersen se escapó.

“Tu amigo acaba de costarte tu vida,” le dijeron los secuestradores. Andersen dice que hubo un debate por un rato de que si lo matarían o no.

A lo largo de toda la experiencia, Andersen conoció a un niño que llamaremos Alberto por ahora. Alberto trataba bien a Andersen y él creyó que fue gracias a él que no lo mataron.

Después de horas tras horas, el jefe de Andersen pagó el rescate de Anderson con 80,000 pesos, pero querían más los secuestradores, así que Andersen le pidió a su esposa que les diera su anillo con un valor aproximado de $7,000 (USD).

Los secuestradores lo soltaron en medio de la nada y le dijeron que si logra regresar, ya no se murió.

Con ayuda de Alberto, Andersen llegó a la ciudad donde se había cobrado su rescate. No podía regresarse en camión, así que tuvo que buscar un taxi y cuando por fin encontraron uno en el que los dos confiaban, se subió y rezó por llegar a su casa.

Unos meses después la unidad antisecuestros llamó a Andersen y lo informaron que sus secuestradores murieron durante un operativo para rescatar a otra mujer que secuestraron.

Publicado por Othón Vélez O’Brien.