El proximo 17 de enero se estrena la obra “Tío Vania” de Antón Chejov dirigida por David Olguín.

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Reseña.

El Tío Vania, de Anton Chéjov, es una de las obras cumbres de la literatura dramática del siglo XIX. Nuestro Chéjov refleja el apocalipsis interior de un puñado de destinos humanos, la manera peculiar en que el tiempo se instala en nuestro interior y cómo el tedioso transcurrir de los días derrumba esperanzas y hasta justificaciones de vida.

Pero hagamos un breve recuento para recodar la historia: tío Vania es la cabeza de una familia de campo en la Rusia de finales del siglo XIX. Lo ha guiado el deber ser y sólo ha vivido para los demás postergando sus propios anhelos. En plena crisis vital por su sentimiento de fracaso individual, por la frustración que lo asfixia en una edad donde ya no puede dar golpes de timón, Vania se subleva debido al regreso de Serebriakov, su excuñado, marido de Elena, una mujer considerablemente más joven que él, y de quien Vania está anamorado. Vania ve frustradas sus ilusiones; de igual manera que su sobrina –una joven sin futuro- que está enamorada de un doctor que, como en todas las obras de Chéjov, tiene plena conciencia del desamparo existencial en el que se mueven los personajes de esta historia.

Visto así, El Tío Vania retrata, a fin de cuentas, un apocalipsis interior. El sentimiento de absurdo merma cotidianamente a este puñado de criaturas que Chéjov retrata de manera magistral.Vania es el microcosmos de la derrota humana, de la pérdida de expectativas en el futuro del hombre, es el universo de la frustración y el absurdo de los emprendimientos humanos llevados al tuétano de los personajes.

Chéjov, en este sentido, prefigura a Kafka y a Beckett. Su visión es irónica y, lamentablemente, sin salida aun cuando en alguna ocasión escribiera: “lo único que quisiera decirle a los espectadores es que se den cuenta de lo mal que viven y que podrían en algún momento hacer algo para cambiar sus existencias”.