En aquellas épocas, cuando casado estaba con Susana Harp, Ricardo Pérez Escamilla, amigo, coleccionista y reconocido curador de arte, respetado y querido, nos invitaba regularmente a cenar su casa. Estar en casa de Ricardo era todo un placer pues además de comer bien, se podían admirar  cuadros de Diego Ribera y del Dr. Atl, entre muchos otros. Pérez Escamilla se esmeraba por atender a sus invitados de manera cordial, cariñosa y atenta.  Nunca le he dado importancia a los títulos nobiliarios, ya sean los títulos heredados, los comprados o los adquiridos en las universidades nacionales o extranjeras. Solo le hablo de usted a los ancianos y menciono en público el  “titulo” de personas con cargos públicos por lo que representan (Sr. Presidente, Sr. Gobernador, etc.).

Me parecen simplemente abominables y asquerosos, el caravaneo y el barberismo. Por eso, en ocasiones, prefiero no identificar al personaje que tengo enfrente. Fue así como llegamos a la cena, al cabo de 40 minutos ya estaban presentes casi todos los comensales incluidos Susana y yo. Sentados a la mesa, empezaron los comentarios sobre política, economía y negocios (nadie de ellos parecía saber o entender del tema). Hablaban, adulaban y criticaban también a empresarios y banqueros, diabolizando a  los que pensaban diferente a ellos, protegiendo y admirando a los que les compraban obra, escritos o les daban algún tipo de ayuda “social”. Acostumbrado a hablarle a la gente de tú y sin interés de conocer sus títulos nobiliarios (apellidos, compadrazgos, relaciones interpersonales, etc.), escuchaba un tanto molesto los comentarios de los presentes sobre la situación del país. Después de adular por horas a López Obrador y hablar maravillas del PRD, se tocó el tema de la Asamblea de Barrios; un grupo de ladinos que se apoderan de inmuebles y propiedades de terceros con el apoyo de las autoridades perredistas (antes priistas) a cambio de votos y acrecentar agremiados para sus mítines y acarreos políticos. La Asamblea de Barrios desde entonces la abandera “Super-Barrio” (en esos días Marcos Rascón), un patético sujeto encapuchado y panzón con disfraz amarillo y rojo. En México algunos diputadillos se disfrazan tipo el guasón para poder, desde el “anonimato” sacar beneficios intestinos. “Aunque usted no lo crea”, diría Ripley.

Todos y cada uno de los demás invitados habló maravillas de Super-Barrio. Después de un rato de oír sandeces me canse. ¿Y a usted ya se le metieron a su casa? Le pregunte a Elenita, una mujer de avanzada edad con pinta de Sra. de las lomas quien con collar de perlas hablaba en gran defensa de los pobres y de su amigo Andrés. Simplemente, no supo que contestar. ¿Parece que estas medio molesto con Super-Barrio me pregunto Carlos? No solo estoy molesto, le conteste a Carlitos. Simplemente que, en mi propiedad ya se metieron y me amenazaron. Decenas de inquilinos vivieron años a espaldas de mi familia, pagando rentas miserables, destruyendo la propiedad (catalogada por el INAH), sacando provecho por la bondad (pendejez) de mi abuela y al querer sacarlos, con todo derecho y una vez habiendo ganado debidamente los juicios, la autoridad no actúo y desde entonces se juntan en grupos de choque para evitar que los saque, ha costado cientos de miles de pesos. “Eso es de caricatura, le dijo Rafael al que le decían el Fisgón a Rogelio quien estaba también presente en la cena”. La Jesusa vestida como revolucionaria, ni hablaba, pero mis comentarios parecían no hacerle mucha gracia.   ¿Y tú, a cuantos pobres les has dado casa gratis? Le pregunte a Carlitos, porque aquí a todos ustedes los veo muy gallos, bien vestidos, comiendo muy pipiris-nice y en defensa de los pobres, pero ni pobres, ni jodidos los veo. Permítanme contarles la anécdota de los compadres  comunistas, les dije:

– Oiga compadre, ¿Usted qué haría si tuviera un ranchote?

 – Lo donaba a los pobres.

– Que bien, usted si es comunista.

– Oiga compadre  ¿Y si tuviera un camiónsote?

 – Lo donaba a los pobres.

– Guau, que bien, usted si es comunista.

– Oiga compadre. ¿Y si tuviera una bicicleta?

– ¡De esa no hablemos, pues si la tengo y es mía, a que jijo de la chingada!

El silencio en la cena no se hizo esperar. Qué bárbaro Alfonso, me dijo Susana al salir de la cena, eran Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Rafael Barajas, la Jesusa Rodríguez y Rogelio Naranjo, entre los que estaban en la cena. Qué bueno que no sabía de sus títulos nobiliarios, pues les hubiera dicho mucho más. Sin duda Susana, una cena para recordar.

por Alfonso del Valle Azcué.