Ciudad del Vaticano.- Benedicto XVI invocóla paz para el Medio Oriente, de manera especial en los territorios donde vivió y predicó Jesús, en su sermón de Nochebuena ante más de cuatro mil personas en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
“Vayamos allá, a Belén. Con estas palabras que nos decimos unos a otros, al igual que los pastores, no debemos pensar sólo en la gran travesía hacia el Dios vivo, sino también en la ciudad concreta de Belén, en todos los lugares donde el señor vivió, trabajó y sufrió”, dijo.
“Oremos para que allí reine la paz. Oremos para que israelíes y palestinos puedan llevar una vida en la paz del único Dios y en libertad. Pidamos también por los países circunstantes, por el Líbano, Siria, Irak, y así sucesivamente, de modo que en ellos se asiente la paz”, agregó.
Imploró además porque los cristianos en aquellas tierras, donde tuvo origen la fe católica, puedan conservar su morada y que puedan construir, junto a los musulmanes, la paz de Dios en sus países.
En un largo discurso, pronunciado en italiano, se concentró en varios pasajes del relato bíblico del nacimiento de Jesucristo y de allí extrajo reflexiones de actualidad.
Joseph Ratzinger reconoció que, en algunos momentos de la historia, el monoteísmo ha servido como pretexto para la intolerancia y la violencia.
Aceptó que es verdad que una religión “puede enfermar” y llegar así a oponerse a su naturaleza más profunda, cuando el hombre piensa que debe tomar en sus manos la causa de Dios, convirtiendo así a Dios en su propiedad privada.
Alertó a estar atentos contra esta distorsión de lo sagrado, pero insistió que, esa manipulación, no significa que si se dice “no” a Dios se restablecería la paz.
Pidió a Dios iluminar a la personas que se creen en el deber aplicar la violencia en su nombre, para que aprendan a comprender lo absurdo del causar daño a los demás por motivos religiosos.
Consideró que Jesús ya no tiene sitio en los corazones, en los sentimientos y en los deseos de unos hombres que sólo se quieren a sí mismos, a las cosas tangibles, a la felicidad que se pueda experimentar y al éxito de los propios proyectos personales.
Para el obispo de Roma, los hombres de hoy están completamente “llenos” de ellos mismos, sin dejar espacio alguno para Dios y, en consecuencia, tampoco les queda a ellos espacio para los demás, para los niños, los pobres o los extranjeros. (Notimex)