El Museo Thyssen muestra 50 obras del movimiento hiperrealista desde 1967 hasta hoy.

A finales de los años 60 y como tendencia radical del realismo, aunque parezca paradójico, surge en Estados Unidos el hiperrealismo. Con la fotografía como base y siguiendo la estela de Ed Rusha y su pop fotorrealista, un grupo de artistas comenzó a pintar con gran realismo objetos y escenas de la vida cotidiana. La consagración llegó con la Documenta de Kassel de 1972. Ahora, el Museo Thyssen muestra por primera vez una antología del hiperrealismo, desde los maestros norteamericanos representantes de la primera generación hasta nuestros días.

Organizada por el Institut für Kulturaustausch y comisariada por su director, Otto Letze, el Museo Thyssen se ha sumado a una itinerancia que empezó en la Kunsthalle de Tubinga (Alemania) y que seguirá, cuando la exposición cierre sus puertas en Madrid el próximo 9 de junio, en el Birmingham Museum & Art Gallery (Reino Unido). Las obras, procedentes de diversos museos y colecciones particulares, cobran sentido en el Palacio de Villahermosa donde se han unido piezas de sus fondos como el famoso puesto de hamburguesas y salchichas de Richard Estes, uno de los principales nombres del movimiento. Y no hay que olvidar que fue también este museo quien organizó la gran antológica de Antonio López, sin duda el mayor representante español del hiperrealismo.

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Charles Bell: Paragon, 1988.

En cuanto a los asuntos que más ocupan al movimiento: el mundo que les rodea llena casi en su totalidad su pintura. Motivos intrascendentes que captan primero con la cámara fotográfica y que luego magnifican en sus lienzos mediante un laborioso trabajo que hace que lo retratado pierda la inmediatez que tenía cuando fue fotografiado. Una calidad que se asemeja a la de la imagen pero realizadas con un proceso creativo radicalmente opuesto. La fotografía se convierte así en punto de partida pero no en objetivo: la motivación es otra, no es la realidad objetiva sino la realidad del pintor lo que muestran estos cuatros, una realidad atrofiada o exagerada, hiper-real.

Los primeros hiperrealistas son casi exclusivamente norteamericanos, con Richard Estes en Nueva York y Robert Bechtle en la Costa Oeste,podemos fechar en los inicios de los años 60 los primeros cuadros del movimiento. La temática puramente americana puebla los lienzos de motocicletas, automóviles, camiones y autocaravanas, juguetes y máquinas expendedoras, artículos de consumo, escaparates y cabinas… Pero es también en aquellos años cuando Chuck Close, otro de los míticos, comienza a pintar sus famosos retratos en los que se pinta a sí mismo y a sus amigos a tamaño XXL, utilizando un sistema de retícula que irá perfeccionando.

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Ron Kleemann:: El Mayflower cruzando la Plymouth Rock, 1980

Las nuevas tecnologías y el máximo rigor en los detalles caracterizan a la segunda generación de pintores hiperrealistas y muchos de ellos ya trabajan en Europa. Es el caso del italiano Anthony Brunelli que fotografías vistas urbanas con un gran angular y une varias imágenes en sus enormes lienzos. En el atardecer y su escasez de luz parece especializarse Robert Gnieweck y Davis Cone en las salas de cine. Aumenta también en ellos la frialdad y el distanciamiento.

Los artistas de hoy, los que integran la tercera generación de hiperrealistas, trabajan ya con cámaras digitales y han logrado llevar la pintura realista a otra dimensión. La nitidez y alta la definición convierten a los objetos representados en hiperreales. Es el caso de los bodegones de Roberto Bernardi, las imágenes aéreas de Raphaella Spence, las superficies de Peter Maier y las arquitecturas de Ben Johnson. Pero, a pesar de todo, no son tan distintos de los maestros de los años 60 y la ciudad sigue muy presente en su imaginario, como lo demuestran los óleos del británico Clive Head, uno de los más valorados en la actualidad.

Elcultural.es 21 Marzo 2013.