Entregarse todos los días a los brazos de Morfeo, el hijo del dios de los sueños, de preferencia a la misma hora y sin ninguna preocupación, es mucho más beneficioso para la salud que tomar vitaminas, someterse a cirugías plásticas o untarse cremas antienvejecimiento.

Para que esas ocho horas de descanso sean placenteras, prepara el entorno: habitación cálida, silenciosa, con ventilación y temperatura adecuadas; usa ropa cómoda y procura que tu cama y cobijas estén en buen estado.

Saca del cuarto el televisor, la radio, el despertador, la computadora y los teléfonos celulares. Nada ni nadie debe interponerse entre tú y Morfeo.

Dormir es una función del organismo tan vital como respirar, beber agua, alimentarse de forma balanceada, protegerse del Sol y hacer ejercicios.

Es tiempo de tomar conciencia de que si se quiere vivir bien, hay que dormir bien. Significa despertar a la hora en la que  te has programado, con energía, buen ánimo y claridad mental.

Son tantos los impactos positivos de dormir y tener un descanso reparador, que los neurólogos, psicólogos, psiquiatras y otros especialistas en el arte del “bien dormir”, calculan que, con tan solo corregir los problemas de sueño, se reduciría el índice de enfermedades, quizá en un 25% o 30%.

Porque cuando hay dificultades para conciliar el sueño, una de las consecuencias es que el sistema inmune se deteriora y la persona es más propensa a infecciones.

¿Cuántas horas dormir? El neurólogo y somnólogo guatemalteco Gustavo Cosenza explica que las horas de sueño que cada persona necesita dependen de la edad, actividad física, estado metabólico y neurológico.

“Hay quienes necesitan, en promedio, ocho horas , unas más y otras menos . Los recién nacidos pueden dormir hasta 20 horas diarias, mientras que alguien de 80 años duerme solo cinco. Pero si es de los que se quedan dormidos en el transcurso del día, es porque la calidad de su sueño durante la noche no es la adecuada”, dice Cosenza.

Insomnio. Cuando en el día las personas no han podido solucionar sus problemas cotidianos, tienden a pensar en ellos por la noche y, en consecuencia, tienen dificultad para iniciar el sueño.

Según la experiencia de Cosenza, a su clínica llega un 60% de hombres y un 40% de mujeres, entre 30 y 60 años de edad, con problemas de insomnio.

“La mujer vive terriblemente presionada, es como el ‘chompipe de la fiesta’: tiene que trabajar en una oficina, atender a sus hijos, la casa, al esposo… y si a esto le suma las variaciones hormonales que pueda estar teniendo por su ciclo menstrual, tendrá más dificultades para conciliar el sueño”, indica el neurólogo.Los hombres luchan por ser buenos proveedores, se enfrentan a los vecinos cuando tienen un perro que ladra mucho por la noche, en fin, tienen otro tipo de presiones, pero las mujeres son mucho más sensibles.

“El impacto de no dormir o no hacerlo bien es fuerte y evidente. Hay síntomas físicos, emocionales, cognitivos y de conducta”, explica el psiquiatra José Antonio López.

Cuando las percepciones se alteran y hay distorsiones en lo que se ve o escucha –por ejemplo, los pensamientos–, las creencias, emociones y sentimientos también resultan afectados.

La persona se mantiene más irritable, irónica, triste o desesperada y se torna agresiva. Cuando se es incapaz de recordar algo o mantener la atención, baja la capacidad de hacer, se pierde el interés y se cae en el desánimo.

Al no dar el tiempo necesario al descanso, se recurre a sustancias que alteran la estructura del sueño, dice López:

“El declive es dramático, porque la gente no funciona bien en sus trabajos, su salud se deteriora y comienzan toda clase de dolores. Lo más desafortunado es que son personas que están en la mejor edad de sus vidas y comienzan a declinar”, comenta Cosenza.

La solución: darle tiempo al descanso. “Debemos dejar de vivir en automático y ser más considerados con nosotros mismos; solo así tendremos presente que el descanso es importante y nos daremos el tiempo necesario para practicarlo”, dice López.

Para Cosenza, el sueño debe dejar de ser la cenicienta de la salud, y se debe dejar de sacrificar en aras de la productividad, porque la factura que pasa el cuerpo es terrible.

“Las complicaciones cardiovasculares, la hipertensión arterial, la diabetes, el cáncer, todo se dispara y luego ya no se sabe qué fue primero, si el huevo o la gallina”, dice.

Fuente: La Nación