El año pasado un estudio hizo todo un recorrido sobre los asquerosos gérmenes a los que estábamos expuestos si dormíamos junto a nuestras mascotas. ¿Pues saben qué? Al diablo.
Mi perro y yo hemos estado durmiendo juntos desde su primera noche en el departamento, hace cerca de tres años. Recuerdo como lo secuestramos en la cocina con la puerta para perros, la que eventualmente pudo saltar con facilidad. No estaba entrenado para ir al baño y la cocina era el único lugar en el departamento que tenía piso firme (madera).
Esa primera noche lejos de sus hermanitos, lloró y lloró y lloró con su aullido de cachorro, hasta que salí de la cama, pasé por encima de la puerta para perros y me dormí en piso frío justo a su lado. Él todavía no me conocía y me gusta pensar que esa noche me lo gané, mientras estaba todo pequeño y enredado entre mi cabello, respirando ligeramente después de que tomó una eternidad lograr que se calmara.
Vivimos en un departamento con una sola habitación y nuestra cocina es poco más que un clóset pequeño, así que todas mis extremidades estaban torcidas y aplastadas en la posición menos cómoda, recargadas contra su cama y los gabinetes, pero él estaba durmiendo tan tranquilamente que no me atreví a moverme por cerca de cuatro horas.
Eventualmente, el dolor se impuso y lo llevé conmigo al sofá; la cama es muy alta y me dio miedo que rodara y se rompiera una de sus delicadas patas. Y es ahí donde Jeffrey (el novio) me encontró a la mañana siguiente, con un cachorro de 3 kilogramos roncando alrededor de mi cuello, como un collar peludo.
Claro que yo estaba babeando y roncando de la manera menos agraciada posible, ya que el pequeño perro me cortaba la respiración, y este pequeño detalle siempre es enfatizado a todo color por cierto novio cuando le cuenta la historia a otras personas (¿Por qué los novios son tan malos?).
Hoy, nuestro Moxie es un muchacho de casi 10 kilos, largo y delgado. Le encanta mover la cola a 50 kmp/h y se duerme como un tronco después de una tarde en el parque.
Como hijo único, Moxie es muy consentido, tiene cuatro camas alrededor de la casa (dos donas –una en nuestra habitación, otra cerca del escritorio de Jeff; su cama y un gran puff). Pero su lugar favorito es nuestra queen. Han entrenado a Mox para que duerma en su dona al lado de nuestra cama y sabe que sólo puede subir cuando el sol sale en la mañana. Eso no significa que él no haga planes para manipular las reglas que su papá puso.
El perro sabe que no puedo negarle nada –aprendió esto a temprana edad, como ya se dieron cuenta- y sabe seguirme al baño y poner su carita tierna cuando tengo que vaciar mi vejiga a las 2 de la mañana. Se sienta en el mejor lugar, derecho y alto, justo al lado de la puerta del baño, ladea la cabeza y hace el sonido más triste de todo el mundo.
Desde la puerta soy incapaz de resistirme; y es así que estoy aquí, acostada en la cama, escribiendo este post con un dedo en mi teléfono, mientras el ronca bajo las sábanas, sus patas largas clavándose en mi estómago en señal de victoria. De repente estoy agradecida de haberle cortado las uñas.
En unas cuantas horas Jeff se va a despertar y por enésima me va a regañarme por dejar que el perro se subiera a la cama antes de que el sol saliera, y como todos los días nuestra jornada comenzará.
Escrito por Janine Khan
Fuente: (Actitud Fem)